Piensen en un objeto o imagen que simbolice su ser interior…- dijo la coordinadora- luego, deberán plasmarlo y decorar una vela con la que saldremos esta noche a iluminar las calles de la ciudad. Esa fue la consigna en un retiro que hice hace un tiempo. Obediente, reflexioné con que podría yo representar algo tan intangible como: mi alma. Después de un rato, miré los materiales que había en el salón y confeccioné una bella rosa blanca de papel con la que adorné el frasco que llevaría mi luz.
El problema fue que cuando ya casi terminaba de pegarla se rasgó justo en el centro. Eso me frustró un poco ya que lo había realizado con mucho esmero. Además esa rosa representaba ni más ni menos que mi alma… Quizás mi tristeza fue justamente la de darme cuenta de cuántas heridas tenía yo también, en mi interior.
Pero cuál fue mi sorpresa aquella noche al encender la vela cuando reparé en que precisamente por ese lugar dañado era por donde más luz se filtraba, más iluminaba y más bella se veía mi flor. Aquel día Dios le estaba regalando una imagen integradora a mi alma rota.
Así sucede con nuestras llagas, muchas veces nos empeñamos en ocultarlas a los ojos de los demás y hasta los propios. Pero quizás es “ese” precisamente el lugar, donde Dios quiere hacer el milagro de que vos te conviertas en luz para los demás.