¿Quiénes somos?

martes, 21 de febrero de

Se nos hace difícil conocer quiénes verdaderamente somos. La pregunta acerca de nuestro misterio es un interrogante existencial arraigado en el corazón de todo hombre. A lo largo de las distintas etapas de su desarrollo, la persona intenta descubrir el misterio de sí mismo explorando distintas respuestas.

 

El mundo de hoy no nos ayuda a ser nosotros mismos. El ritmo vertiginoso que llevamos, el poder de la imagen, la exigencia de tener siempre más, de aparentar, de la competencia y del éxito nos dificulta el camino del ser y nos oculta la verdad acerca de nosotros mismos. Perdemos la orientación a Dios, nuestras capacidades se desordenan y nuestra intimidad se desborda en el fuera. Así nos volvemos personas dispersas, incapaces de vivir nuestra verdadera identidad.

 

Somos adultos pero nos comportamos como niños o adolescentes, ensayando un “yo soy” a cada paso, con identidades acomodadas a lo que el mundo considera valioso, viviendo una vida de prestado, incapaces de decirnos a nosotros mismos, con miedo a exponernos tal como somos.

 

Y en la ignorancia de quiénes de verdad somos, encontramos seguridad en el afuera y así nos conocemos y nos presentamos: soy lo que tengo, lo que puedo comprar o adquirir; soy lo que gano, lo que ostento o lo que muestro. A veces creemos que nuestro ser se agota en nuestras capacidades intelectuales: somos lo que podemos pensar, lo que podemos razonar o entender. Otras veces asentamos nuestro ser en los sentimientos: Somos aquello que sentimos, somos nuestras reacciones y emociones. La mayoría de las veces nuestra identidad se funde a nuestra profesión u oficio: soy abogado, obrero o maestra; o al tenor de nuestra actividad: soy exitoso, eficaz, competente.

 

Más allá de lo que podemos saber y decir acerca de nosotros mismos, el misterio de nuestra identidad nos trasciende y exige un acto heroico: superar el yo para quedarse en la intemperie del “sí mismo”. Y es en esta experiencia de nada, de desapropiación y de desnudez, es cuando experimentamos el nacer y el morir; la eternidad dentro de nosotros mismos y la resolución los opuestos en el paradigma de la Cruz.

 

Morir a nuestro yo para descubrir que nuestro verdadero Yo es trascendente y está oculto en Dios, supone el proceso de desidentificarnos de todo aquello que nos había dado tanta seguridad, afirmación y reconocimiento y que se “confundía” con nuestra identidad: trabajo, quehaceres, bienes, afectos… Así, paulatinamente, y a veces por medio de situaciones dolorosas, vamos descubriendo que yo soy más que mi trabajo; mis bienes; más que mis diferentes roles o funciones.

 

La oración contemplativa nos regala la maravillosa experiencia de ir conociéndonos en lo que verdaderamente somos y nos ayuda a penetrar en el misterio de nuestra propia identidad unida a Dios, que supera mi propio yo, trasciende todo y es inefable.

 

Sólo Dios es el que Es y, en él, mi humanidad se hace plena y encuentra sentido. Cuanto más unido a Dios, soy más yo mismo, aceptando con confianza lo que todavía no conozco de mí o mis propias fragilidades y sombras.

 

Inés Ordoñez de Lanús

 

 

Oleada Joven