Tiempo de poda

miércoles, 17 de mayo de
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Por éstos días de otoño, la mayor parte de los árboles ya se han despojado de sus hojas. Algunos parecen tener otros tiempos y aparentan resistirse. Lo cierto es que las veredas se presentan alfombradas de hojas con las más diversos colores, tamaños y formas.

Los que saben manifiestan que el otoño es la mejor época para podar pero ¿y por qué podar? Para fortalecer el tronco y sus ramas, facilitar el crecimiento, para eliminar las partes dañadas o enfermas, para mejorar o aumentar los frutos, etc. Es tan necesario hacerlo como saber hacerlo.

En el caminar con Cristo podemos llegar a conformarnos con ser lo suficientemente “buenos” según nuestra medida, “venimos bien, hemos crecido bastante”, nos sentirnos cómodos y estamos tranquilos con haber llegado hasta aquí. Pero así como el árbol que no es podado no crecerá ni será fuerte, así nos sucede a nosotros cuando ponemos un tope a lo que el Amor de Dios puede obrar en nosotros, ya sea por conformismo o por incredulidad de que podemos, con Su Gracia, mejorar.

Crecer a veces duele pero como cuando niños queríamos aprender a caminar, nos ligamos varios raspones y lágrimas ¡sí que valió la pena! Sí que esas lágrimas fueron fecundas y ninguna se perdía sino que era recogida por quien nos acompañaba, mientras revitalizaba los intentos con su aliento.

Dios tiene toda la esperanza puesta en nosotros. Él sabe cuándo es mejor el otoño para nuestros pasos, sabe cómo hacerlo, sin brusquedades, con sumo cuidado y delicadeza. Él sabe la historia de nuestros latidos, de esos rincones heridos que pesan en nuestro hoy. Él nos sabe y nos ha hecho capaces de más.

Emprender la poda sin el Jardinero podrá funcionar un tramo, pero no muchas baldosas más. Sin Él nada podemos, y he aquí la invitación de permanecer en Dios, de dejar que marque el compás de nuestro corazón, de que Dios avance en nuestras vidas. Porque si sólo por nuestras fuerzas nos movemos, el agotamiento del sin sentido terminará por abatirnos. Necesitamos abrinos a Su Gracia, a dejarnos alcanzar por Su Presencia que se nos hace palpable y nos anuncia sin cansancio, que estamos llamados a dar fruto abundante.

Jesús Vos me conoces y
en Tus ojos misericordiosos
está mi historia latiendo por Tu esperanza.

Vos sabes todo aquello que me impide crecer,
lo que estanca las posibilidades
y restringe los frutos.

Aunque me resista,
despojame de todo aquello que esté de más
y no me permite andar en libertad.

Habitá mis intentos,
que sin Vos no puedo
y mi vida se seca.

Aunque asuste crecer,
no puedo desesperar
ante Tu promesa de Vida abundante.

¡Bendita pequeñez la mía
que se sabe bienaventurada!