El mundo y la humanidad nos cuestionan y nos inquietan. Querríamos poder descubrirlos en todas sus dimensiones, en su «más allá». Pero nuestra mirada sólo alcanza la superficie de las cosas y de los seres. Necesitamos otra mirada para penetrar más profundamente y ver, como ve Dios. Únicamente los «ojos de la fe», es decir, los ojos de Jesucristo incorporados a nuestros ojos de hombre, pueden damos su luz y permitimos un largo peregrinar.
Veríamos entonces, poco a poco, a través de la historia humana, y en sus mínimos detalles, el espíritu de Jesús actuando y su gran Cuerpo que nace, crece, muere y resucita cada día. No contemplaríamos sólo a «Jesús de Nazaret» sino a Cristo desplegando en el tiempo su misterio de creación, de encamación y de redención, y podríamos unimos a él a través de toda nuestra vida y la de nuestros hermanos, para trabajar con él y edificar el reino de su Padre.
Llegaron a Betsaida y le presentaron un ciego, pidiéndole que lo tocara.
Jesús cogió al ciego de la mano, le sacó de la aldea y, después de haber echado saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó:
— ¿Ves algo?
Alzando la vista, dijo:
— Veo a los hombres, pues veo como árboles que caminan.
Jesús volvió a poner las manos sobre sus ojos; entonces el ciego comenzó a ver con claridad y, quedó curado, de suerte que hasta de lejos veía perfectamente todas las cosas (Me 8, 22-25)
Viviendo la verdad en el amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo. A él se debe que todo el cuerpo, bien trabado y unido por medio de los ligamentos que lo nutren según la actividad propia de cada miembro, vaya creciendo y construyéndose a sí mismo en el amor (Ef 4, 15-16).
Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo; y todos, también, hemos bebido del mismo Espíritu (1 Cor 12, 12-13).
* *
Señor,
quisiera que me dieses ojos inmensos
para mirar el mundo.
Porque yo miro, Señor,
me gusta mirar,
pero mis ojos son pequeños,
demasiado pequeños
para ver más allá de las cosas,
de los hombres y de los acontecimientos.
Miro y adivino la vida,
pero sólo veo la corteza dura,
y a veces salvaje.
El amor me hace guiños,
pero sólo contemplo
algunas flores y frutos,
mientras que la savia se me escapa.
Y sufro tras mis gruesos cristales,
tropiezo con mis límites
y a veces me hiero cruelmente,
cuando se levanta de mi corazón una niebla
que ensombrece mi camino.
¿Por qué, Señor, nos has dado unos ojos
que no pueden VER,
VER tu VIDA, más allá de la vida,
tu AMOR más allá del amor?
A veces me parece ver… un resplandor,
y misteriosamente
nacen entonces en mi corazón
palabras un poco más hermosas
que las palabras ordinarias,
palabras que danzan y bailan,
tratando de huir de su jaula dorada.
Echan a volar de mis labios
e intento capturarlas
para decirme y decir
lo que adivino…
lo que presiento…
lo que presagio…
sin poder conseguirlo.
Pero las palabras a su vez son pájaros demasiado pequeños
y les reprocho que no sepan,
para mí y para los otros,
cantar el canto de lo infinito.
Y acepto a veces
cerrar los ojos largo tiempo
y en lo profundo de mi noche,
entreveo
un poco de esa Luz
que el día obstinadamente me esconde.
Entonces VEO sin ver,
entonces CREO.
Pero tú me diste, Señor,
ojos para mirar a mis hermanos,
pies para caminar hacia ellos,
y con ellos pisar la tierra firme.
Señor, ¿puedo caminar con los ojos cerrados
rechazando la luz?
Quiero VER mirando,
demasiado pequeños,
para contemplar el más allá.
Señor, dame ojos inmensos
Ábreme los ojos, Señor,
para que pueda VER. ..
más allá de la luz del amanecer
que de repente colorea la naturaleza
con la dulce claridad de un rostro de muchacha;
más allá de la luz del atardecer
en la que jirones de noche dibujan sobre la tierra
la sombra de las arrugas,
como los años sobre un rostro marchito…
.. .para que pueda VER por fin
algunos reflejos de tu LUZ infinita.
para que pueda VER…
más allá de la rosa radiante y de su muda sonrisa,
más allá de la mano que me la alarga,
y del corazón más allá de la mano,
y de la amistad mucho más allá del corazón
…para que pueda VER,
por fin,
algunos reflejos de tu TERNURA.
más allá de los cuerpos de los hombres que atraen
o repelen,
más allá de sus ojos y de sus miradas
que se encienden o se apagan
…los corazones tristes,
los corazones alegres.
Y más allá de los corazones de carne,
las flores del amor,
e incluso las hierbas locas
que tan fácilmente llaman pecados,
… para que pueda ver por fin
a los hijos de Dios
que nacen y crecen despacio
bajo la mirada amorosa de nuestro Padre.
más allá de los polígonos industriales,
la noche,
en la que miles de luces se escapan de las fábricas en acción,
más allá de las bufandas de humo
que el viento agita
por encima de las chimeneas
apuntando hacia el inaccesible cielo,
más allá de esas inquietantes bellezas,
ciudades del año 2000,
en las que el hombre sin cesar rehace el rostro de la tierra,
.. .para que pueda VER por fin y OÍR
el latido del corazón de miles de trabajadores
que contigo completan la creación.
más allá del inextricable embotellamiento
de las innumerables carreteras humanas,
carreteras que suben o que bajan,
carreteras rápidas o carreteras sin salida,
semáforos rojos,
semáforos verdes,
sin direcciones prohibidas y velocidades limitadas,
carreteras del este, del oeste, del norte o del sur,
caminos que llevan a Roma,
a Jerusalén
o a La Meca,
más allá de los miles de millones de hombres que los recorren
desde hace miles de años
y más allá de ese prodigioso misterio de su libertad,
que les arroja,
pensando,
amando,
por esos caminos de vida
donde se entrecruza su destino,
… para que pueda VER
tu calvario empinado
dominando el mundo en el cruce de todos los caminos,
y a TI
descendido de la cruz
recorriendo resucitado todos esos caminos de Emaús
en los que tantos hombres se codean contigo sin reconocerte
y algunos sólo en tu Palabra
y en la fracción del pan;
… para que pueda VER por fin
tu gran Cuerpo que crece
bajo el soplo del Espíritu
y el trabajo maternal de María,
hasta el día en que te presentarás al Padre,
al final de los tiempos,
cuando, oh mi gran Jesús,
hayas alcanzado tu talla adulta.
Pero sé, Señor, que en este mundo
he de ver sin VER
y que en esta tierra seré siempre
corazón insatisfecho, peregrino del invisible.
Sé también que sólo mañana
franqueando las puertas de la noche,
y VIÉNDOTE por fin tal como eres,
a tu luz
VERÉ tal como tú ves (1 Jn 3, 2).
Hay que aguardar todavía, y caminar en la penumbra…
Pero si tú quieres, Señor,
para que mi oración,
ofrecida aquí a los numerosos amigos
que la van a compartir,
no sea palabra vana llevada por el viento,
te pido,
te suplico:
danos ojos inmensos
para mirar el mundo,
y poder entrever un poco el más allá,
y los hombres que nos miran
verán que nosotros VEMOS.
Entonces, quizá por fin podamos decirles:
Es El, Jesucristo,
la Luz del Mundo.
Michel Quoist, en “Oraciones para rezar por la calle”