La sociedad actual nos invita a no compartir nada, a encerrarnos en nosotros mismos y a mantenernos distante de todo y de todos.
Esto nos lleva, incluso, a blindar las puertas del corazón.
¿Hay vida que pueda aguantar esto? ¿Puede el corazón soportar esto? ¡No! Pero la inercia nos lleva a acostumbrarnos y a que busquemos fuera lo que no nos animamos buscar adentro. Traslademos esto, a todos los niveles.
Pero, si interiormente nos descubrimos vacíos, ¿cómo vamos a compartir lo que no tenemos? ¡Imposible! Dicen que nadie da lo que no tiene. No se puede compartir lo que no se posee.
Dios nos regaló la vida. Nos equipó con lo necesario para vivir y para que afrontáramos las dificultades y todas las adversidades.
¿Qué nos pasó? ¿Dónde nos olvidamos las valijas? ¿Quién nos la robó?
Nos fuimos descuidando y, de a poco, fuimos perdiendo y olvidando lo propio, lo elemental, aquello que constituye nuestra identidad. Así es como, sin querer, nos fuimos quedando vacíos.
El Señor nos recuerda que todavía estamos a tiempo de recuperar lo que es nuestro, lo propio, es decir: la verdad, los sueños y el amor.
Esto es lo que jamás tenemos que pedir prestado a nadie, porque es el “kit” fundamental para vivir y para encontrarle sentido a la vida.
La verdad, los sueños y el amor se comparten, pero nunca se prestan; se descubren y salen a la luz como los regalos más preciosos que nos hizo nuestro Padre Dios.
¿Puede haber testimonio más grande que compartir verdad, sueños y amor?.
Padre Juan Pablo Roldán, Misionero Redentorista.