“Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron…” (Mt. 25:35).
Gracias, voluntario.
Gracias por tu entrega, por tu vocación de servicio, por tu predisposición. Gracias por hacer valer tu pechera de “servidor”.
Gracias por hacer posible el vaso con agua que tanto necesitaba, por acercarme un trozo de pan, un mate cocido, un caldo caliente. Gracias por tu manos ofreciendo galletitas y cereal. Gracias por sostener cajas y bolsas y tener así un lugar en donde dejar los residuos. Gracias por estar dispuesto a curar nuestras heridas, a tomar la presión, a atender al que sufre. Gracias por pararte en una esquina y regalarnos tu mejor sonrisa, animando nuestro paso. Gracias por gastar tu voz, cantando, vivando y alentándonos a seguir. Gracias por contagiarnos de esperanza. Gracias por acercar una imagen de María a la vera de la ruta, como anticipando el encuentro y bendiciendo el camino.
Gracias, gracias y mil gracias.
Llegar hasta Ella sería muy difícil si uno no contara con tanta ayuda anónima a lo largo del recorrido. Gracias por tomarte el tiempo, por hacer el sacrificio y el esfuerzo de vivir la peregrinación de manera distinta, desde ese otro lado. Porque sé que también estuviste horas bajo el sol o soportando el frío de la noche, porque sé que también dejaste de lado otros planes para poder estar ahí, porque sos testimonio de la ayuda desinteresada hacia los demás, aunque no nos conozcas.
Gracias, querido voluntario, por hacer visible y concreto el amor que María derrama sobre su pueblo peregrino.
¡¡Que nuestra virgencita gaucha siempre te proteja y te guarde bajo su manto!!