Si un alma se da sinceramente a Dios, él la trabaja. Dolor y amor son la materia prima de éste juego divino. Dolor para ahondar abismos en el alma. Amor para suavizar el dolor y amor aún que llena el alma dándole el equilibrio de la paz.
El alma advierte que se encuentra bajo la poderosa mano de Dios y está en silenciosa espera contemplando, incluso entre lágrimas, la obra del Amado. Pero a veces Dios trabaja el alma hasta tal punto que es triturada por desgarros más dolorosos que la muerte. No siente ayuda ni apoyo espiritual de nadie. Para ella, toda la tierra se ha convertido en un desierto interminable.
Nace entonces un milagro nuevo, una fe sin límites, una confianza desesperada en ese Dios que, para prepararla para el cielo, permite sus dolores y sus noches. Entonces se inicia entre Dios y el alma un coloquio nuevo, que sólo Dios y el alma conocen. Ella dice “Señor, Tú ves que estoy circundada de tinieblas de muerte, Tú adviertes la extrema incertidumbre de mi espíritu y sabes que nadie parece poder tranquilizarlo. Ocúpate de mí. Yo me fío de Ti. Y en la espera de ir a la Vida, trabajo por Ti, por los intereses del cielo” Es como la corola de una flor, abierta al amor de Dios, que arrancada del tallo sube hacia el sol, cada vez mas cerca de su luz y su calor. Hasta que llegando el momento establecido por Dios, se confundirá por Él, nunca más incierta y sola, sino serena para siempre en el mar infinito de paz que es Dios.
Chiara Lubich