Capaces de amar

lunes, 21 de enero de
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Sobre la ayuda al prójimo mucho podríamos suponer, discutir y escribir. Pero antes se usar la mente, la boca y las manos, usemos los ojos y dispongamos el corazón para ver y descubrir, que los testimonios están queriendo
explicar lo que buscamos:

¿Acaso no vemos a tantos hombres y mujeres que ceden su vida y sus tiempos (sin fines materiales, ni intereses) a cuidar enfermos, ancianos y niños? Cuántos son aquellos que retiran sus horas de sueño para atender a las necesidades de sus padres ancianos o abuelos.

Cuántos aquellos que pasan horas y días, y hasta meses en las salas de hospitales, viajando cada día y manoteando el tiempo para organizar los quehaceres diarios, porque es toda una familia la que se tiene a cargo.

Cuántos gastan horas en las filas de las farmacias y en los consultorios médicos sacando turnos y recetas para sus enfermos.

Cuántos son los que lidian con trámites, gastos y papeles que nunca cumplen las condiciones que piden quienes se los deberían facilitar.

Cuántos aquellos que sienten un peso en sus espaldas y hasta una angustia que nadie más que ellos la puede cargar.

Cuántos se tragan el dolor porque son vidas las que están en sus manos.

Cuántos son aquellos que siguen ayudando a pesar del cansancio, y cuántos que pechan contra toda desesperanza.

Cuántos que se olvidan de viajar, de compartir con amigos y disfrutar del tiempo libre.

Cuántos que descuidan su propia vida por la vida de otros.

Cuántos que venden, entregan y desvanecen sus bienes por pagar tratamientos costosos.

Allí se encuentra el valor verdadero de la caridad. Duerme en nosotros mismos una disponibilidad de amar, que muchas veces buscamos fuera. Habita allí dentro nuestro la capacidad de amar al prójimo, Dios nos hizo tales para ésto.