Hace algunos días que en mi casa estamos reparando unas habitaciones que estaban en desuso y deterioradas por el paso del tiempo. Al menos a mí se me planteaba como todo un desafío ya que no cuento con la experticia adecuada para realizar este tipo de trabajos. Según mi desconocimiento, para refaccionar la pintura de las habitaciones solo bastaba con rellenar las cavidades con “pasta muro” y luego echar la pintura encima. Y descubrí que no era así.
El camino es más largo de lo que pensaba. Y con el paso de los días, además de obtener nuevos aprendizajes prácticos, he podido llevar esta experiencia a algo más espiritual.
¿Y qué tiene que ver esto tan doméstico con nuestro interior? Pues sencillamente este proceso de reparación de las paredes me ha hecho pensar en el trabajo que Dios va haciendo en nuestra vida, con nuestros corazones, ya que a diferencia de lo que yo pensaba, el Señor no se encarga solo de aquello que tenemos de superficial (como la pintura), sino que hace todo un trabajo delicado desde dentro hacia afuera, yendo a nuestras grietas más profundas.
Lo primero que tuve que hacer fue retirar de la muralla todo el material que se encontraba en mal estado, la pintura anterior que ya se estaba saliendo. Y eso me hizo meditar sobre lo que Dios va haciendo en nuestra vida ya que va sacando de nosotros todo aquello que no nos sirve, que no nos permite avanzar.
Luego de lo anterior, al observar la pared pude apreciar todos los agujeros que iban quedando y que había que rellenar. Y eso me hizo pensar sobre cómo Dios va llenando nuestros vacíos, va colmando nuestros espacios saliéndonos al encuentro y acompañando nuestras vidas con su gracia.
Después de llenar esos surcos de nuestra vida, Dios sigue actuando en nosotros y el siguiente paso es limar aquello que sobresale, esas imperfecciones que a veces tenemos y es necesario disminuir o atenuar. Así lo hice con la pared, moviendo la lija hacia arriba y abajo fueron puliéndose esos excesos de material. Por más que me esforzara, de todos modos la muralla nunca quedaría como cuando fue construida por primera vez, siempre queda algún detalle, algo que a nuestra vista puede no gustarnos pero es parte del proceso. Esto se ve reflejado en nuestros propios límites, en nuestras fragilidades, en esas cosas que quisiéramos cambiar o arrancar de raíz y no nos resulta.
Por último recién llega el pintado. Y es aquí donde me doy cuenta que es lo más sencillo, el trabajo menos arduo y hasta “relajante”, sin duda se disfruta mucho. Vi como la pintura va abarcando cada centímetro de la pared, dándole color y vida, pero inmediatamente se me viene a la memoria todo el camino recorrido para llegar hasta allí, pienso que para llegar a esto, a gozar de esta renovación hubo que pasar por todo el sacrificio anterior y me doy cuenta todo lo que Dios va haciendo en mí… sacando lo que no me ayuda, rellenando mis vacíos, limando mis asperezas, y si llevo esta experiencia de la pared a mi propia vida veo que es un proceso largo y doloroso, pero con un buen resultado, ya que Dios se vale de esas grietas e imperfecciones para poder pintar nuestra vida con su color y ayudarnos cada día a dejarnos transformar por su amor.