Algo de lo más lindo que hay en la vida, además de los encuentros, es poder exteriorizar las fuerzas, los deseos interiores, no en vistas a un determinado fin, ni mucho menos a una meta egoísta o material. Sino por el hecho mismo de hacerlo.
El amor, por ejemplo, que carece de fin, aunque muchos crean o digan que naturalmente lo tiene, no encuentra pautas ni maneras precisas, no tiene recetas, no posee prospectos ni condiciones. El amor sin fin, el amor incondicional. El amor como un acto libre, de autoexpresión, de autenticidad, de solidaridad. No un fin para satisfacerme a mí mismo, ni mucho menos un medio para escalar el éxito o culminar en la fantasía odiosa del descarte. El amor como un acto humano que produce encuentros y felicidad.