El corazón no es sólo nuestra disposición íntima, nuestro lugar secreto donde albergamos nuestros pensamientos y sentimientos más hondos. Hablar de “corazón” es quedarse corto. Es nuestro centro, nuestro puerto de donde parten nuestros barcos y veleros. Allí donde anidan nuestros recuerdos y esperanzas, nuestro pasado con nuestros sueños; habla de nuestras fortalezas y heridas, de nuestras luchas y flaquezas.
El corazón es una sede irradiante, invisible y muchas veces inaccesible. Es la casa del amor, y la puerta de la perversión. Por eso, entregar el corazón, querer con el corazón y perdonar de corazón nos cuesta tanto. Porque nos trasciende, nos supera, nos abarca enteramente.
Dios mira allí, habla allí, transforma allí, vive allí.