Como el árbol que pierde su corteza y se abre ante el mundo mostrando su interioridad, así el cristiano cuando intenta rehacer su vida, deberá dejar caer su máscara de fingida fortaleza, y soplar al viento su más noble verdad.
Como las hojas que mueren en otoño y caen atraídas y endulzadas por la gravedad, así el creyente en la puerta de su invierno deberá desprenderse de su pasado y dejar al sol entrar.
Como la raíz que cava hacia dentro buscando firmeza hasta dar con la roca, así el peregrino cuando viaja a lo profundo deberá abandonar lo superficial y buscar por un momento vivir ligado a lo esencial.
Como el mar que logra bonanza en la noche de la tormenta, así un hijo de Dios deberá esfumar la mentira, mandarla a pasear por unos días, ser auténtico sin mordazas y aceptarse con cobardías.