Estaba Jesús enseñando en el templo cuando un ruido en el techo lo interrumpió. Al levantar la vista vio un hueco en el techo por el cual bajaba una camilla acercándose a donde él estaba.
Cuatro amigos arriba del techo maniobraban para dejar al herido frente a Jesús. Una vez logrado el objetivo esperaron expectantes. Deseaban que su amigo fuera curado. Jesús le dijo al herido: ‘Qué grande es tu fe. Quedas sanado. Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.’
Este de inmediato se levantó. Tomó su camilla y fue a abrazar a sus amigos quienes iban corriendo a su encuentro. Había que festejar. Se abrazaron y lloraron.
La Palabra encarnada había venido a cambiar sus historias. El antes paralítico abrazaba sosteniendo su camilla. La podría haber soltado al salir del templo pero no lo hizo. Se decidió a llevarla consigo como signo de lo que había sido y de lo que era para que nunca se olvidara que lo que había pasado entre lo de antes y lo de ahora era encontrarse con Jesús.
Contemplación de Marcos 2, 1-12