Esteban Picco: “Siento la misión como un estilo de vida, misionando soy feliz”

lunes, 7 de enero de
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07/01/2019 – Durante el verano, miles de jóvenes (y no tanto) se ponen en camino para compartir su fe. Mientras muchos descansan, ellos eligen salir de la comodidad y caminar las calles de ciudades y pueblos. Esteban Picco es uno como tantos misioneros, que aprovechan el tiempo de vacaciones para la misión: “Siento la misión como un estilo de vida. Misionando soy feliz, el corazón arde de amor y felicidad”.

¡Hola! Soy Esteban, tengo 23 años y vivo en la ciudad de Rafaela (Santa Fe). Soy estudiante universitario y tanto en las vacaciones de invierno como de verano dedico tiempo a ir de misión.

Durante toda la secundaria participé del grupo juvenil de la “Catedral San Rafael” y recuerdo que siempre me sentía feliz cuando realizábamos servicios, como visitar geriátricos, cárcel de menores, niños… En el último año de la secundaria me invitaron a tener una experiencia de misión en el norte de la diócesis (zona rural), mi primer misión (con 17 años), la primera de tantas. Dije que sí más por aventura que por otra cosa, ya que no sabía qué era ir a misionar. No me alcanzan las palabras para describir tan maravillosa experiencia. Me conmovió la forma de vida en el campo, sin luz eléctrica, sin sanitarios, teniendo que hacer largas distancias para conseguir agua potable, pero me asombraba la paz y felicidad que tenía esa gente.

Cuando finalicé el colegio comencé grupo misionero en la Catedral y siempre participé de las misiones tanto al principio yendo en invierno una semana al norte de la provincia, como después al Barrio Acapulco de Josefina, muy cerquita de las ciudades de Frontera y San Francisco.

Apasionado por la aventura, salir de mi zona de confort, el conocer nuevos lugares, otras culturas, otra gente, me movió a ir a misionar en las vacaciones de julio del año 2016 y 2017 a parajes rurales cercanos a Taco Pozo (impenetrable chaqueño) junto a los “Misioneros Rossellanos” (alumnos, exalumnos, docentes y hermanas de colegios de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia). Y como si fuera poco en el verano pasado estuve 45 días misionando en parajes rurales en el país de República Dominicana. ¡Sí, en el caribe!

Algo que siempre se repite, es que vivo al máximo cada experiencia de misión con mucho gozo y alegría en el corazón y vuelvo a casa muy feliz. Sentirse amado por Dios, es una alegría que no me la puedo guardar. Siento la misión como un estilo de vida. Misionando soy feliz, el corazón arde de amor y felicidad.

Aprendí a dejarme guiar por el Espíritu Santo y ver cómo actúa cuando uno pide y pide con fe. También a ser valiente y no tener miedo, ir para adelante, ponerse las zapatillas y la camiseta de Cristo, como dice el Papa Francisco y salir a construir un mundo mejor, más unido y fraterno.

Misionar no es ir a repartir rosarios, o estampitas… sino que es ir a compartir la fe que uno tiene, porque la fe no se impone, se contagia. Muchas veces sin decir extraordinarias palabras, más bien poniendo el oído y un abrazo es la mejor forma de vivir la fe.

Como dice el Papa Francisco: “Nadie es tan pobre que no pueda dar lo que tiene, y antes incluso lo que es […] Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha gente.”

Te invito a que te animes a dejarte impulsar por el espíritu del Señor y no callemos aquello que tenemos adentro. Si hay algo hermoso que tenemos para darles a nuestros hermanos es a Jesús.

El amor no puede quedarse de brazos cruzados, te aseguro que misionando sos feliz.