Intentaré balbucear algo respecto a la libertad. En primer lugar, creo es un concepto que ha sido ampliamente malinterpretado y manipulado según intereses particulares.
Es tan amplio y tan coyuntural en la experiencia de ser humanos que no sé por dónde empezar.
Comenzaré derribando un mito altamente arraigado en el imaginario actual (según mi subjetividad):
“Ser libre es hacer lo que quiero”
Esta clase de definición intuyo que puede ser pronunciada por (al menos) dos tipos de personas. Las que se creen que en nombre de su libertad pueden decir y hacer cualquier cosa (incluso si esto daña a otros) o por aquellas personas incapaces de tomar opciones radicales y bajo este hacer lo que quieren justifican sus miedos a arriesgar, a comprometerse o a darse por entero en una elección.
Cuando contemplo estos dos ejemplos pienso que en el primer caso la persona lejos de ser libre es esclava de su egoísmo, de un ‘yo’ que condiciona el actuar y que sin duda genera tal estrechez de vista que es imposible mirar más allá del metro cuadrado.
En cambio, en el segundo caso creo que no es una cuestión egoísta (al menos en una primera instancia) la que condiciona sino ser esclavo de miedos. Menciono algunos a modo de ejemplificación. Un miedo tan común como negado es el miedo a no ser aceptados, “aprobados”, que bien en el fondo es el miedo a no ser amados. Otro es el miedo a arriesgar, a despojarnos de ciertas ‘seguridades’ (afectivas o materiales) y a navegar en el mar de la incertidumbre que, asombrosamente, es el mismo mar que el de las sorpresas, la confianza y la humildad (por el simple hecho de decidirnos a renunciar a nuestro querer controlar)
¿Cuántas cosas haríamos o diríamos si descubriéramos que quienes nos quieren en verdad nos querrían igual siendo en autenticidad?
¿A cuántas personas, actividades o modos de obrar le diríamos que ‘no’ y a cuántos que ‘sí’ si supiésemos mirar más allá del yo?
Intuyo que ser libre es mucho más complejo de lo que nos quieren hacer creer.
No tengo muchas certezas, tan solo algunas pistas (aunque hay algo dentro que me dice que por ahí es…)
Por un lado, cuando pienso en ‘libertad’ se vienen a mi mente las siguientes expresiones: ‘no límites’, ‘no posesión’, ‘ser’ y esto automáticamente trae a mi mente (y a mi corazón) el término ‘amor’.
La libertad no es en sí un criterio a adoptar a la hora de elegir sino algo que hemos de conquistar a medida que nos sumerjamos en el Misterio de aprender a amar.
Si coincidimos que el ‘yo’ y el miedo paralizante como criterios de elección lejos de conducirnos a la libertad, nos esclavizan y nos enquistan el corazón, podemos pensar otras alternativas.
¿Qué pasaría si el criterio fuera el amor?
(Admito que el concepto de ‘amor’ también ha sido distorsionado pero daría para otro escrito.)
Si tu criterio de elección fuera el amor como camino que desemboca ineludiblemente en la libertad, ¿qué harías? ¿de qué modo vivirías?
Si todos acordáramos en común acuerdo que el criterio de elección es el amor y la meta a alcanzar ‘la libertad’ (en el sentido del ‘pleno ser’) tantas prioridades se verían trastocadas, tantos supuestos dejarían de confundirnos y tantas cadenas veríamos romperse. ¡Qué sano sería!
Aprenderíamos a compartir tiempo, experiencias, sentires y dones. Festejaríamos que somos y no que tenemos. Nos arriesgaríamos a soñar porque es nuestra y de todos la posibilidad. Abrazaríamos que la vida es.