Hoy en misa, escuché uno de mis Evangelios preferidos. Cuando Jesús encomienda una misión muy especial a Pedro.
Me llama mucho la atención la pregunta reiterativa que Jesús le hace: ¿Me quieres? A lo que Pedro responde en dos ocasiones “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. ¿Y qué sucede la tercera vez? Pedro se entristece, pero le contesta con firmeza: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Luego de cada respuesta Jesús le dice “apacienta mis ovejas”, pero hasta ese momento, él no comprendía lo que quería decirle.
El padre dijo en la homilía algo que me quedo muy marcado: mediante este diálogo, “Jesús restituye la confianza en Pedro que este había perdido cuando lo traicionó”. Jesús en un profundo gesto de misericordia mira a Pedro con los ojos del perdón que no miran la falta sino el corazón arrepentido. Y así, acogiendo toda su debilidad le vuelve a decir una vez más: “Sígueme”. En ese momento, Pedro vuelve a la vida. Vuelve a sentir el aire de la reconciliación que oxigena sus pulmones. A partir del perdón de Jesús, también logra perdonarse a sí mismo y ponerse en camino. Si Pedro se hubiera quedado encerrado en la culpa, probablemente habría terminado como Judas, pero al contrario, él se deja tocar por Jesús, se deja envolver con la gracia del perdón. Es en ese momento cuando Pedro resucita junto a Jesús, comienza una Vida Nueva junto a Él, se pone al servicio de la misión que Jesús ponía entre sus manos.
¿Y cómo reflejamos esta escena en nosotros? Sabemos que a veces la vida se torna compleja, y el camino de la fe muchas veces nos trae más desánimos que esperanzas, pero no hay mal que no se convierta en bien cuando ponemos nuestra mirada en ese Jesús resucitado que nos salvó y nos sigue salvando cada día. Jesús nos invita a mirar nuestra vida con verdad, a pensar en todo lo bueno que tenemos, a reconocer nuestra vida como historia de salvación, y todo lo que podemos hacer si nos ponemos en disposición de entregarnos así con todo lo que somos y tenemos. Seamos como Pedro, quien pese a haberse visto hundido en la culpa, estira su mano a Jesús y resucita junto a Él.