No importa cuál sea la parábola que escojamos; cualquiera de ellas nos ofrece una perfecta demostración del arte narrativo de Jesús.
“Un hombre tenía dos hijos…”. El mayor era trabajador, formal. El menor, que era irreflexivo, decidió abandonar la casa para emigrar a un país lejano donde consumió la herencia que le correspondía. Arrepentido, decidió regresar a casa. Aquel día del retorno fue de gran regocijo para todos los de la casa, menos para el hermano mayor: “Yo siempre he trabajado sin tiempo para divertirme. Y ahora que este hijo tuyo, que no ha hecho otra cosa que gozar de la vida, regresa a casa, le haces una fiesta por todo lo alto. Esto no es justo”. El padre no defendió al hijo menor pero tampoco le dio la razón al mayor.
La enseñanza de la parábola estaba clara: nosotros podemos malgastar nuestra vida de dos maneras: Una rehuyendo las propias obligaciones, alejándonos de la casa, de la responsabilidad hacia los otros. En tal caso, hay que regresar a la “casa” si se quiere el perdón para empezar de nuevo.
Pero hay otra forma de irresponsabilidad ante la vida, que es también censurable: la vida de los que nunca ríen, de los que nunca cantan. Es la vida de los que no encuentran satisfacción en nada ni a nadie dan alegría. Tales personas, aunque presumen de conducta ejemplar, viven en permanente negación de Dios. Un Dios feliz quiere que sus hijos sean también felices.
Jesús dijo que la vida es un don que debe gozarse, vivirse con agradecimiento, y no como una penitencia que deba cumplirse.
Una abuela española el 13 de marzo de 1983
en reflexionesdemiabuela.com