A veces pasa mucho tiempo sin ver a las personas con las que nos gusta compartir la vida. La distancia y las obligaciones personales extienden los días, haciendo que estemos ausentes por un lapso, o en muchos casos, por una época.
Planeamos muchas formas de encuentro, pero entre dificultades y problemas postergamos el tiempo. Compartir es uno de los hechos más hermosos de la vida. Encontrarse con un amigo o familiar que hace mucho que no vemos, nos encanta, nos resulta grato, y nos reconforta.
Qué importante es el abrazo del reencuentro, la sonrisa, la mirada tierna de los amigos que no se ven tanto. Que mágico es sentarse a escuchar cuánto a pasado en cada vida, cuánto han crecido o retrocedido los proyectos, los logros, las aspiraciones, los sueños. Qué importante es poner oído atento al momento y a la persona. Tener escucha dispuesta y abierta. Dejar atrás cuantos rencores, e invitar al perdón que se siente con nosotros.
Que la alegría del reencuentro sea lo que identifique a los amigos que se juntan después de un largo tiempo. Sea entre mate y bollo, entre café y licuado, sea entre helado y crema, sea entre asado y fernet, sea como sea, que los amigos se vuelvan a juntar.
Que sea ése el momento de desahogar cuánto nos hemos tragado en el tiempo. Que sea ése el momento de decirnos la verdad. Que sea ése el momento de reír, de llorar, de aconsejarnos, de perdonarnos. Que sea ése el momento.