La Biblia no sólo muestra hechos de la historia y constitución de un pueblo. No sólo relata acontecimientos que han sido claves para una comunidad de discípulos. La Palabra de Dios, hoy, continúa haciéndose carne.
El éxodo, esa salida, esa marcha constituye hoy nuestro peregrinar en la historia particular de nuestras vidas.
Dios siempre estuvo al lado en el camino. Por eso La Palabra siempre devuelve la esperanza de una tierra prometida, porque es en nuestro corazón humano donde se siembra su semilla.
La Palabra tiene ese don que da consuelo y respuestas a todo aquello que irrumpe nuestra existencia. La Biblia no es sólo un libro, es el relato de nuestro caminar, que sigue haciendo eco en nuestras dudas, a la vez en nuestros proyectos.
No podemos aislar nuestra humanidad, nuestros sentimientos, nuestras afecciones de todo aquello que ya se ha dicho, porque Dios nos invita a seguir a su Hijo tal cual somos. Cristo mismo nos enseña con palabras e imágenes las facetas extrañas pero tiernas de su rostro, su manera de expresar el amor por los hombres. Las Bienaventuranzas, las parábolas del Reino, los milagros, etc, constituyen hechos de oración concreta haciéndose carne.
La muerte de Jesucristo delata nuestra más limitada y finita condición: ser hombres. Una fragilidad que es redimida por la Resurrección, que a la vez da la alegría de la vida que perdemos por el pecado.
Eso es la Palabra, una experiencia de amor profundo. Un camino de transfiguración, de renacimiento. Un proceso de conversión paciente que se hace virtud firme como roca.
Es en el interior donde habita esa respuesta, esa verdad. Porque allí habla el maestro. En el corazón del hombre reside la voz que salva y nos libera a cada instante.
Puede ser hoy, en cada uno de nosotros, la Palabra de Dios una herida que baste para amar y transformar la vida del mundo entero.