Llegará la resurrección

sábado, 3 de abril de
image_pdfimage_print

La resurrección llega después de la cruz. Es una verdad obvia para cualquiera que conozca mínimamente la historia de la Pascua.

Después de la cruz llega la resurrección: a simple vista es la misma verdad con un cambio en el orden sintáctico; sin embargo, dicho así, no suena tan obvio. Al menos no lo es cuando estamos nosotros mismos ante la cruz o el dolor. Si tuviéramos tan claro que después llega la resurrección, asumiríamos esa cruz de otra manera: seguramente aferrándonos a ella, amándola, incluso agradecidos. Pero ante los momentos de cruz no solemos ver más que lo que rodea a la cruz y solo somos capaces de comprenderla y empezar a amarla cuando se acerca la resurrección, cuando vemos cuán necesario fue el camino del calvario.

Jesús, ¿vos considerabas tu resurrección mientras orabas en el huerto de los Olivos? ¿Podía tu madre amar esa cruz mientras te veía morir? ¿Juan era capaz de comprender el abandono de los otros discípulos? ¿Pedro percibió algo de lo que vendría cuando se dio cuenta de sus negaciones? ¿O fue después de la resurrección que pudieron comprender mientras que en el momento de cruz simplemente acompañaron como pudieron desde el amor y desde el dolor?

Sea como fuere, una cosa es cierta: sea que hayan podido o no amar cada uno su propia cruz, lo hayan hecho antes o después, la resurrección llegó.

Y va a llegar. Llegará la resurrección para cada una de nuestras cruces personales, las pequeñas y las inmensas; para las cruces sociales y colectivas; para las cruces que nos va dejando la pandemia: las de la soledad, la incomprensión, la división, la enfermedad y la muerte. Llegará la resurrección para cada cruz, aunque hoy no lleguemos a visualizarlo.

Señor, te pido que aumentes mi fe: para saber que, aunque no lo pueda ver, después de la cruz definitivamente llega la resurrección. Te pido paciencia: para no desesperar en la dificultad. Te pido humildad, para aceptar que no puedo controlar los tiempos de cruz. Te pido tu mirada, para aferrarme a la cruz que me lleva a la vida. Te pido que me enseñes a amar mi realidad en todo momento. Que me resuene tu ejemplo. Que me impulse tu propio testimonio. Que cuando desee que se aparte de mí lo que no quiero tenga la gracia de decir “que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y que cuando llegue, finalmente, la resurrección, la reciba con un corazón agradecido, y con amor al camino recorrido.