01/03/2019 – La santidad no es cosa del pasado ni tiene olor a naftalina. De hecho, entre los jóvenes existen grandes modelos de santidad que se convierten en faro para la vida de multitudes. Es el caso del Beato Pier Giorgio Frassati (1901 -1925), el joven de 24 años amante de la montaña, con fuerte fervor a la eucaristía y con un gran compromiso social con los más pobres en la Italia de la revolución industrial. También aparece la figura de la Beata focolarina Chiara Luce (1971 -1990), a quien le bastaron 18 años para vivir el evangelio en plenitud, ofreció su enfermedad a Jesús y antes de morir dijo “¡Ya no puedo correr más, pero cómo me gustaría poder pasarles la antorcha, como en las Olimpíadas! Los jóvenes tienen tan sólo una vida y vale la pena vivirla bien”.
En el último tiempo apareció con fuerza la figura del siervo de Dios Carlo Acutis (1991 -2006), el “ciber apóstol” adolescente amante de las computadoras y creador de la primera web que recopila los milagros eucarísticos de todo el mundo. Al descubrirle una leucemia fulminante que lo mataría en 12 días, ofreció sus dolores y sufrimientos por el Papa y la Iglesia.
Matteo Farina (1991- 2009) nació en la localidad italiana de Avellino y pasó toda su vida en Brindisi. A los 9 años, una noche de enero del 2000, ve en sueños al Padre Pío que le dice :“Si has conseguido comprender que quien está sin pecado es feliz, debes hacer que los demás lo comprendan, de manera que podamos entrar todos juntos, felices, en el reino de los Cielos”. Es sólo un niño pero las palabras que el Santo de Pietrelcina le comunica le sacuden por dentro de tal manera que, en un instante, tiene clara su misión. Pero, ¿qué misión puede tener un niño de la periferia de Brindisi? Será él mismo quien lo explique en su diario: “Espero poder llevar a cabo mi misión de ‘infiltrado’ entre los jóvenes hablándoles de Dios (iluminado precisamente por Él): observo a los que me rodean para entrar entre ellos silencioso como un virus y contagiarles de una enfermedad que no necesita tratamiento, ¡el Amor!”. Una misión que Matteo ya no abandonará, ni siquiera cuando llegue el momento de dejar esta tierra, el 24 de abril de 2009, con solo 18 años. Matteo está hoy vivo en Dios y, mucho más que antes, obra por la conversión de todos los jóvenes al Amor de Dios, que hace nuevas todas las cosas.
“Te gustaría gritarle al mundo que harías todo por tu Salvador, que estás preparado para sufrir y morir por Él. Tendrás la posibilidad de demostrarle tu amor…”. Ese deseo que el muchacho madura con pasión, día tras día, parece una verdadera profecía. Sucederá realmente esto: paralizado y clavado al lecho del sufrimiento, igual que Jesús en la cruz, Matteo ofrecerá su larga enfermedad, hasta las últimas gotas de vida, “por la salvación de las almas y la conversión de los pecadores”. El Señor le compensó en la tierra con la Gracia de una fe que mueve montañas. Y lo sostuvo en los momentos más oscuros, tan pequeño y, a la vez, tan fuerte como una roca contra la que arremete el mar en tempestad: “Acurrúcate humilde entre los brazos de Dios -repite Matteo en los momentos de mayor prueba- y te sentirás seguro. Déjate ir, abandónate, porque Él te llevará dónde te quiera llevar“.
A los 13 años descubre que tiene una grave forma de cáncer cerebral. En septiembre de 2003, tras un verano feliz y despreocupado, Matteo empieza su viaje por la enfermedad, con fuertes dolores de cabeza y extraños problemas de vista. Serán 6 largos años recorriendo el vía crucis con Jesús.
Dicho todo esto, si uno se imagina a un niño angustiado y triste, comete un error gravísimo. Matteo irradia luz, las terribles fiebres que lo golpean no son nada con la fiebre de vida con la que contagia a todos los que le rodean. Esto es lo que escribe en su diario mientras la enfermedad afecta cada vez más a su vida cotidiana: “Estoy viviendo una de esas aventuras que cambian tu vida y la de los demás. Te ayuda a ser más fuerte y a crecer, sobre todo, en la fe (…). Este es el diario de un niño de trece años con una experiencia espectacular (…). Y es realmente lo hermoso de esta aventura: parece un sueño, pero todo es verdad”.
Incluso en los momentos más difíciles, el niño tiene la audacia de no verse como un enfermo. Matteo vive, vive intensamente, disfruta, ama. Está siempre rodeado de amigos, que se pegan a él como las abejas a la miel, adora la música, toca y canta en un grupo. En la medida de sus posibilidades, va al colegio y se presenta a los exámenes, consiguiendo óptimos resultados. Matteo es sonrisa, alegría, vida que pulsa. Es capacidad de amar y de donarse a los otros sin límites. Con solo mirarlo, no hay duda alguna: la luz que Matteo lleva dentro e irradia, es la luz de su amado Jesús. Un Jesús que crece dentro de él, que de niño se hace adolescente, luego hombre. Un Jesús Amigo, Compañero, Padre y Maestro. Un Jesús que sella su vida con su Amor eterno y misteriosamente vivo en el presente.
En abril de 2007, Matteo se conoció y se enamoró de Serena, quien definirá “el regalo más hermoso que el Señor podría darle”, viviendo con ella una relación de amor puro. Los dos jóvenes permanecerían juntos hasta el final, apoyándose unos a otros, incluso cuando la enfermedad se hiciera cargo, acogiendo todo con gran madurez y fe, como la voluntad del Señor.
En el marco excepcional de una enfermedad vivida de manera extraordinaria, asombra el hecho de que la semilla de santidad hubiera sido plantada en los días de la “normalidad”, como diciendo que Jesús y Matteo ya se habían elegido mucho antes de la Cruz: desde el principio. Esta preferencia de Dios se manifiesta en Matteo con la forma de una caridad que pulsa: “la dulzura hecha persona“, así lo describen en su barrio, donde todos le conocen.
De hecho, desde que era muy pequeño, Matteo desea llevar ese Amor que siente con fuerza dentro de su corazón a todos: familiares, compañeros, amigos. “Espero poder conservar la alegría que siento ahora y darla a quien tiene necesidad de ella –escribe en su diario–. Cuanta más alegría damos, más felices son los demás. Cuanto más felices son los otros, más felices somos nosotros“. Es un camino que, en algunas ocasiones, es arduo: aún siendo muy amado, Matteo es una persona bastante “incómoda”, sobre todo para sus coetáneos, con los que no le faltan pruebas. Sobre todo cuando tiene que enfrentarse a la experiencia de quien quiere cambiar su profunda sed de Verdad por los halagos del mundo. Como explica en su diario el 19 de septiembre de 2005, día en que cumple 15 años: “Me gustaría conseguir integrarme con mis coetáneos sin sentirme obligado a imitarlos en las equivocaciones. Me gustaría sentirme más partícipe en el grupo, sin tener que renunciar a mis principios cristianos. Difícil, ¡pero no imposible!”. Su gran amor por la Vida y su indómito deseo de amar a todos le llevan a idear caminos siempre nuevos, para recorrer la vía de la Verdad sin hacer concesiones. Y todo lo que queda incompleto, Matteo lo ofrece con amor a su Jesús que, con el tiempo, forma una unidad con su corazón.
En la Cruz, Matteo crecerá cada vez más en el Amor y en la Caridad: al ritmo del Rosario a su “Virgencita”, de la Palabra de Dios y de la adorada Eucaristía, el joven ofrecerá todas sus penas y su cruz para que “cada alma pueda convertirse al Amor del Padre y cada pecador pueda encontrar la Salvación”. En especial, Matteo se preocupa por las almas de los jóvenes que lleva en su corazón. Es una Cruz que Matteo no sólo acepta, sino que llega a amar con todo su ser. Cuando su hermana Erika intenta ayudarle y consolarle después de las agotadoras terapias, él siempre responde seráfico: “Tanto es el bien que espero que cualquier dolor aprecio”.
En los últimos tiempos, cuando está ya encamado porque los miembros y varios órganos no responden, repite a su madre: “Debemos vivir cada instante como si fuera siempre el último, pero no con la tristeza de la muerte. ¡No! Debemos hacerlo en la alegría de estar siempre preparados al encuentro con el Señor nuestro Dios”. En las noches de enorme sufrimiento -cuando ya los médicos anuncian la muerte cercana y, por lo tanto, informan de la suspensión de cualquier tipo de tratamiento-, es la madre la que, conociendo bien el alma de su hijo, habla por él: “No, lo seguís tratando y hacéis lo posible hasta el último instante”. Matteo, de hecho, con gran firmeza, le repetía siempre: “¡La vida hay que defenderla hasta el último instante!”.
Matteo, con su vida sencilla y extraordinaria, siempre ha querido testimoniar con convicción que la santidad es un camino para todos, materializando las palabras que Juan Pablo II deseó a todos los jóvenes: “En realidad, es a Jesús a quien buscan cuando sueñan la felicidad; es Él quien los espera cuando no los satisface nada de lo que encuentran; es Él la belleza que tanto los atrae; es Él quien los provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien los empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejarse atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejorarse a ustedes mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna”.
Adaptación de material tomando en camino católico