Monseñor Enrique Angelelli, el obispo mártir, escribió estos versos en las horas previas a uno de sus aniversarios de ordenación como obispo. La unción episcopal suya nos recuerda a la nuestra, ungidos y marcados a través del bautismo como discípulos y misioneros de Jesús.
Un gesto maduró el Misterio en un hombre y ungió una vida para una misión; un Cayado y un Libro iluminaron el camino para que un pueblo encontrara el Amor.
Fueron jornadas con sabor a Cruz, fueron racimos maduros para Tí, Señor. La Unción se hizo Misterio en la Carne y en la Sangre de Dios.
El Cayado animó la marcha, el Libro encendió la Luz, las manos abrieron los surcos para el hombre necesitado de amor.
¡Doce jornadas… son tuyas, Señor! Me llamaste para que fuera testigo… soy débil, soy pobre y con temor.
Tú me dices: “¡No temas!… mi amor te ungió; no es tuyo lo que llevas… apura la marcha… te basta mi Palabra… lo demás es ilusión”.
También Felipe y Juan, Pedro y Pablo, aprendieron que el llamado es Misterio, es muerte, es vida y es misión… para que en Tí el pueblo encontrara el camino, en tu Cayado, en tu Libro y en tu Unción.
Y mientras se duerme la tarde de esta jornada y se perfuma de aceite todo esto que soy yo… por el Cayado, por el Libro y por la Unción, déjame que te lo diga: ¡Muchas gracias, Señor!
Monseñor Enrique Angelelli – 12 de mayo de 1973 en el 12º de mi Consagración Episcopal versos inspirados al despuntar el amanecer de este día
Ilustración: Lio Camargo