Quien realmente se pregunta qué hacer de su vida, encuentra la respuesta que propone la fe: una vida entregada al amor. Los cristianos vivimos la vida en orden al amor de Dios y al de los hermanos.
En nuestro bautismo, se nos ha regalado un horizonte de amor. La vida eterna que Jesús nos ha conseguido se vislumbra lejano. Ese es nuestro llamado a la santidad, nuestra invitación incesante a entrar para siempre en la vida del Padre.
Sin embargo, el mapa no es igual para todos. Es cierto que todos los caminos conducen a Roma, pero cada camino es único. Y a cada uno de nosotros nos corresponde uno solo. Los senderos se van haciendo, pero la meta es la misma.
Por eso, sea cual sea nuestro estado de vida, siempre hay que orientarlo al amor, porque el amor es nuestra meta. El cómo llegar es nuestro proyecto de vida cristiano.
En la construcción de nuestra vida, no estamos solos: es Jesús mismo quien nos tiende la mano. Él nos lleva adelante, atravesando el sendero trazado desde siempre por el Padre Eterno. En el camino de santificación, en el que nos hacemos cada vez mejores imitadores de Jesús.
Así, Dios no solamente es nuestro norte, sino también nuestro compañero. Caminar hacia Dios es caminar con Dios. Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, escuchando la Palabra del Señor y buscando ser misericordiosos como el Padre. Así es como no solamente estaremos con la mirada fija en el Cielo, sino que tendremos al mismo Cielo aquí en la tierra.
No te da igual si te busco o no no te da igual si estoy triste no te da igual…
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