Resucitando con Jesús

sábado, 3 de abril de
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Seguimos en pandemia. Y pareciera ser que es nuestra única certeza hoy. Miramos el noticiero, los diarios y lo único que encontramos es desesperanza, dolor, muerte.

Creo que todos de algún modo hemos sufrido por la presencia de este virus en nuestro mundo. Algunos más directamente padeciendo la enfermedad, unos cuantos perdiendo familiares amados. El personal de salud que ya teniendo mucho trabajo, este último año se cargó de tensión, miedo e incertidumbre. Tanta gente sufriendo, tanta gente pasando necesidad de distinto tipo. Cuánta soledad en todos los rincones del mundo.

Esta Semana Santa es la segunda en estas condiciones que nos sacan de esa normalidad anterior que cada vez está más olvidada. Templos cerrados, sin mayores celebraciones, la gente desde sus casas y la virtualidad se vuelve nuestra mejor compañera. Lo digital que en muchos casos es una amenaza, hoy para los que somos Iglesia, es un modo de sentirnos cerca, de hacer comunidad en la distancia y llevar a Jesús a los hogares de tantos.

Esta realidad tan adversa sólo me hace volver la mirada a la cruz. Ayer mientras estaba en la Liturgia de la Pasión pensaba en cómo estamos caminando este tiempo que el Señor nos pone entre manos. Estamos viviendo este momento de nuestra historia desde el dolor, desde el camino de cruz que transitó Jesús y el que hoy cada uno está encarnando en su propio entorno.

Si ponemos nuestra mirada en este Via Crucis personal, creo que cada uno puede ir viviendo las diferentes estaciones según sus propias experiencias. Podemos sentir que caminamos la vida con una carga fuerte como la cruz, a ratos caernos y tener que levantarnos a la fuerza como hizo también Jesús, o encontrarnos con algún Simón de Cirene que nos ayuda a sostenernos y a sobrellevar nuestras luchas. También seguro todos hemos encontrado en nuestra vida a nuestra propia Verónica, a esa persona; mamá, papá, hermana, amigo que nos sale al encuentro para enjugarnos el rostro cuando nos desarmamos de la tristeza.

Hoy el Señor nos vuelve a interpelar, no desde lo litúrgico y comunitario como estamos acostumbrados y que tan bien nos hace, sino desde nosotros mismos, de lo que va suscitando en nuestros corazones, de cómo va junto a nosotros en medio de aquello que nos quita paz y nos desalienta.

Lo mejor de todo, es que vivir nuestro propio viernes Santo es saber que el camino de cruz no es eterno, tiene un punto final, tiene un Gólgota donde todo lo malo termina y comienza algo nuevo. La invitación que nos hace el Señor es a no decaer, a no aferrarnos a la tristeza, a caminar con firmeza aunque se doblen nuestras rodillas, pues Jesús no nos evita el sufrimiento, pero sí Él mismo nos enseña con su propia vida que esa oscuridad y muerte no tienen la última palabra. Después del dolor, de sentirnos clavados en el calvario, siempre viene la luz, vuelve la claridad, se abre paso la esperanza, y Jesús entregando su vida, resucita y nos devuelve a nosotros la nuestra.

Que podamos seguir resucitando junto a Jesús en el hoy de nuestras vidas.