Resucitar cada día

martes, 21 de mayo de
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El trabajo, el estudio, la familia, los amigos, alguna actividad que me gusta, alguna obligación que surge en lo cotidiano. Nuestra vida está cargada de cosas. Algunas nos vienen y otras las elegimos. Y ahí vamos, viendo cómo las caminamos. Cuando frenamos nos damos cuenta que está bueno hacer un balance de como las llevamos. Porque nos puede pasar que el ritmo nos supere, y quizá, algunas de esas cosas podríamos vivirlas con mayor intensidad, mejorarlas, dar un poquito más, y así responder a la sed que nuestro corazón tiene. De una vida profunda, intensa, que busque y camine en la verdad.

Seguimos caminando la pascua, el paso. Un paso de vida que estamos llamados a vivir cada día, en estas cosas. Y esta invitación que la Iglesia nos hace de tantos días de reflexión en torno a la resurrección, nos invita a tomar conciencia de este regalo, de esta posibilidad, y jugarnos más. Literalmente, poner nuestra vida. A que en cada detalle de la pequeñita vida que llevamos, estamos invitados a resucitar y vivir como resucitados. Sabiendo que para resucitar hay que morir. ¡Y cuántas oportunidades tenemos día a día! Morir a mis voluntades que quizás quedan pobres ante la grandeza que Él nos propone; morir a mis egoísmos que no me permiten abrir el corazón y abrazar a los demás con todo lo que son; morir a las cosas vanas que ahogan nuestra sed de abundancia; morir a mis faltas más profundas, para que al aceptarlas y entregarlas, el Señor de la vida pueda sanarme y sacar lo mejor de mí.

¡No nos conformemos con poco, cuando Él nos llama a tanto! Que nos podamos animar a revisar nuestra vida, y poner corazón y alma para que Él con su gracia haga maravillas, y así seguir extendiendo en nosotros la vida del reino. De este reino que se abrió de par en par al tercer día, cuando la luz se manifestó sobre toda oscuridad, para siempre.