¡Ruah, soplá en nuestras vidas!

lunes, 10 de junio de
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Lo primero que conocemos de una persona, normalmente es su nombre. Con él la llamamos, la distinguimos de los demás y la recordamos. La Tercera Persona de la Trinidad, se llama ESPÍRITU SANTO. Pero, “Espíritu” es el nombre traducido, su verdadero nombre, el de “pila” es: RUAH. Así le conocieron los primeros destinatarios de la revelación. Así lo llamaban los profetas, los salmistas, María, Jesús, Pablo.

La otra etapa por el que el nombre del Espíritu Santo ha pasado antes de llegar a nosotros es la de: PNEUMA, con este nombre se le señala en los escritos del Nuevo Testamento.

Ruah es en hebreo, significa: espacio atmosférico entre cielo y tierra, que puede ser sereno o agitado. Viento y respiración, esto vale también para el nombre griego Pneuma y para el latín Spiritus.

El Espíritu Santo es el regalo del Padre para cada persona que comparte la misión de Jesús. Los apóstoles durante Pentecostés, “quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hechos 2: 4). Es el mismo Espíritu que el Señor está dando a los bautizados. Es el Espíritu Santo el que impulsa, mueve a lo creativo y apasiona en la misión de llevar la Buena Noticia a todos los pueblos; con su gracia debemos ser conscientes de que él está obrando en cada uno.

Madre María Helena, Beata y Co-fundadora de la congregación Misioneras Siervas del Espíritu Santo, recordó: “el Espíritu Santo, busca corazones generosos para erigir en ellos el Reino de su divino amor. Siendo el Espíritu Santo, el Dios del Amor, esfuércense las hermanas de modo particular en ser hijas del Amor eterno. Tanto en su relación con Él, como en el trato con el prójimo y en todo aquello que es del agrado divino” (Const. SSpS de 1891).

Que en este tiempo, la Dulce Ruah, encuentre corazones generosos en donde habitar, y que se quede allí… haciendo de nuestras vidas lo más hermoso que Ella pueda crear para que sin miedo podamos “proclamar las maravillas de Dios”.

No dudemos en invocar su presencia santificadora y creadora: “Ruah, vení a nuestras vidas”.