Siguiendo la estrella

sábado, 19 de diciembre de

A Baltazar le gustaba quedarse despierto hasta tarde. Era una noche como tantas otras. Estaba cómodo. Vio una estrella que invitaba a seguirla, no sabía a dónde. Les avisó a sus amigos, Melchor y Gaspar. Aunque era de noche, se pusieron en camino. El comienzo fue animado. Charlaban deslumbrados por la novedad. Al pasar las horas, se comenzaron a cansar, empezaron a dudar, nadie decía nada. Cada uno pensaba: ‘Si anduviese solo, me volvería atrás. Abandonaría esta locura.’ Pero al voltear la cabeza veían a esos otros que caminaban a la par, no se podían defraudar.

Pesaba el cansancio, mas estaban decididos a continuar porque no iban solos. Cada uno en silencio empezó a pasar por el corazón los motivos que los pusieron en camino, la ilusión de alcanzar lo prometido y el gozo tan profundo y los ojos brillosos y la disposición inicial y el deseo de apostar y buscar más allá de toda lógica y cálculo de probabilidades. Después de largo rato rumiando lo vivido,  se miran y sonríen. ‘Estamos locos’, dice Melchor. ‘Qué bien se siente’, replica Gaspar. ‘No estamos solos’, cierra Baltazar. Los veo andar. Siguen con paso sereno pero decidido. Las risas se intercalan con el silencio. Se entrelazan miradas, sonrisas, palmadas en la espalda, manos extendidas, caminan a la par y cuando la desesperanza quiere ganar espacio dentro, miran al cielo, brilla esa luz que guía su búsqueda, siguen su estrella. Están en camino. Para eso han nacido, para buscar y encontrar al Niño.

 

(Contemplación de Mateo 2, 1-12.)