Amaré a Dios, es decir, a la Fuente de toda Vida. Amaré el Misterio del que emerge todo. Amaré su Presencia escondida en cada persona. Amaré la vida en sus matices. Amaré el don de la libertad. Amaré a un solo Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser. Por amor ordenaré mi vida conforme a su voluntad. Amaré a mi prójimo como a mí misma.
Así como para amarme en plenitud he de salir de mí, para amar a mis hermanos saldré también de mi propio querer, amor e interés para buscar con sincero corazón solo su bien. Amaré sus luces y sus sombras. Mis ojos (que son Tuyos) abrazarán con misericordia su fragilidad. Si Tú me habitas, Señor, lo amaré todo, amaré a todos. Sostenida por tu gracia y sumergida en tu Misterio te amaré.