Cada vez que me lo pregunto me pongo primera en la fila, como si funcionara por turnos… y al final, he visto que no se trata de esperar mi turno, sino de salir a ser santos de una vez por todas.
Cuánto se habla de ser santos en las pequeñas cosas, en lo cotidiano… Salir, y mostrar al otro que podemos ser santos de jeans y zapatillas, como nos pide el Papa
Pero a veces se nos pasa por delante el mayor de los terrenos en el que estamos llamados a vivir esta gran aventura de la santidad, del Amor: nuestra propia familia. A veces es éste el terreno más difícil de abordar, el más árido para sembrar. ¡Cuánto nos queda por amar! ¡Cuánto de nosotros nos queda por dar en este lugar! Ser hijos santos, padres santos, hermanos santos, tíos, abuelos, primos, lo que sea, ¡pero santos!
Porque, dar amor a los que están afuera de casa es mucho más sencillo que darlo a aquellos con quienes compartimos la mayor parte de nuestro tiempo. Pensar primero en el otro, ver a Jesús en su rostro, amarlo incondicionalmente. ¡Qué fácil es soportar (con amor) los defectos del otro, perdonar de corazón, y poner toda nuestra buena voluntad cuando es sólo por un rato!
Hoy te invito a que pongamos juntos de ese Amor que nos viene desde arriba, eterno, incondicional, apasionado, que nos dejemos inundar por él y así poder desbordarlo y llevarlo a todos los que están a nuestro lado, para contagiarlo y poder llevarlo aún más lejos.
Que Jesús nos llene de su gracia para poder ser luz desde nuestro lugar, y que mamá María nos acompañe, nos lleve de su mano y nos enseñe a amar como ella.
¡Ánimo! Te mando un fuerte abrazo en Cristo.