Colecciono pesebres. Amigos y familiares suelen traerme, cada vez que vuelven de un viaje, un pesebre en miniatura. Porque colecciono pesebres. Cuando veo uno lindo en alguna vidriera, paro y entro a mirar. Porque colecciono pesebres.
El origen fue bastante casual. Antes de casarnos, el sacerdote que nos acompañaba nos regaló dos pequeños pesebres traídos de distintos países, como un detalle que marcaba el inicio de nuestra familia. Meses más tarde, una conocida me trajo uno hermoso de recuerdo de su viaje a Holanda. Heredé de una tía un pesebrito traído de Roma que se contiene en una de esas cajitas en las que vienen los anillos. Bueno, ya ven… una cosa llevó a la otra y me vi cargando pesebritos de acá y de allá. Entonces me dije: “colecciono pesebres”. Así empezó la historia. Ahora es un clásico de mis seres queridos. Traer pesebritos y colaborar con la colección, que por ahora tiene 23 en su haber.
Tengo pesebres de papel, de arena, de madera, de cerámica, de vidrio, de porcelana. Algunos son considerablemente grandes y otros tan chiquitos como una uña. Hay pesebres que permiten ver las facciones de María, y otros en los que apenas se distingue la figura general. Hay industriales y también artesanales. Están los que incluyen los animales del establo, los Reyes Magos y un par de pastores, y están aquellos solo integrados por la Sagrada Familia.
Todos tienen en común la disposición de las tres figuras principales: el Niño permanece tendido en el medio mientras sus padres, uno a cada lado, lo contemplan. Porque todos y cada uno de mis pesebres muestran la contemplación al Niño Jesús, todos exponen el cuidado especial hacia ese Dios nacido de manera insólita. Todos y cada uno de mis pesebres invitan a poner la mirada en Él. Quienes contemplan parecen estar atónitos, enamorados, pacíficos, sin palabras. Como cuando se admira un misterio.
Los tengo ahí, invitándome cada día, en la pared del living. Los tengo ahí, interpelándome. Como si me preguntaran dónde está mi Niño Dios, a dónde tengo que ver para contemplarlo, por qué no le estoy haciendo lugar, cuánto hace que no admiro su misterio, en qué personas y en qué gestos lo reconozco. Dónde está, dónde está mi Niño Dios.
Será que viene la Navidad, momento especial para esas preguntas. Será que colecciono pesebres y necesito ser parte de uno real. Será que es momento de hacerle nuevamente un lugar, para admirar el misterio y quedarme yo también atónita, sin palabras, recibiendo una vez más la Navidad.
Que así sea.