¿Y si cambiamos de juego? Pasar de la meritocracia a la prójimocracia

jueves, 14 de noviembre de
image_pdfimage_print

En la actualidad donde cala tan hondo la idea de meritocracia, donde el que gana consigue lo que quiere y el que no sabe ganar se jode, me parece importante detenernos a pensar en que pasa con todos aquellos a los que nadie les enseñó las reglas del juego o nadie los invitó a jugar.

Casi todos creemos que llegamos hasta donde estamos por nuestros propios esfuerzos, por los sacrificios que hicimos y que nadie nos regaló nada. Pero, en realidad a muchos de nosotros nos regalaron un montón de cosas. A mí, por ejemplo, una casa donde nunca faltó comida, abrigo y un abrazo de mamá para cuando estaba triste. También me regalaron la posibilidad de estudiar, libros, amigas que se sentaban conmigo a hacer la tarea y unas profes que me explicaban 100 veces lo que no entendía. Hoy, tengo la suerte de estar estudiando en la universidad y de que me vaya muy bien, osea que en el juego de la meritocracia iría ganado. Sin embargo, (y lo lamento si decepcionó a alguien) yo no llegue acá solo por mi esfuerzo (que claro que lo hay y es importante) o por mis méritos. Yo no llegue sola al lugar en el cual estoy hoy (nadie llega sólo a ningún lado). Si estoy acá es gracias a todos esos otros que me regalaron tanto y que hacen que yo sea hoy quien soy.

A diferencia de mi realidad, el año pasado estuve trabajando en una escuela y algunas chicas me comentaban que tomaban mate en el aula porque, por ahí, muchos no tenían para comer y con lo que le daban en el comedor de la escuela y el mate tiraban todo el día. Sin embargo, si alguno de esos chicos les va mal en la escuela, casi nadie piensa que quizás en su casa no haya comida (y que nadie puede pensar con hambre). Seguro todos creemos que no se esfuerzan lo suficiente, que nada les importa. Y entonces claro, decimos “¿yo qué puedo hacer si no se esfuerzan no es mi culpa?”.

La meritocracia es el juego al que jugamos en nuestra sociedad y estas son las reglas: el que no se esfuerza pierde. Y a nadie le importa que este sea un juego injusto porque nuestros puntos de partida son siempre diferentes. Es un juego en el que nunca miramos para el costado, a ver qué le pasa al otro, solamente hacia adelante para llegar hasta donde queremos llegar. Sin embargo bien sabemos todos nosotros que este es un juego injusto. Y  sí lo seguimos jugando nos convertimos en cómplices.

Por eso te propongo que intentemos construir una sociedad en la cual seamos capaces de jugar a otra cosa, a un juego que yo llamo prójimocracia. En este juego el único que pierde es el que es indiferente a lo que le pasa al otro.
El juego consiste en tratar de darle al otro lo que a nosotros alguien ya nos regaló. Se trata de estar dispuesto a dar una mano a otro. Se trata de escuchar a alguien que está mal. Se trata de querer que todos tengan las mismas posibilidades. Se trata de no justificar la desigualdad y hacer las cosas pensando no sólo en uno mismo sino también en los demás. Se trata de eso a lo que nos invita Cristo cuando dice “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Él no nos ama por nuestros méritos. Él impidió que apedrearan a una mujer, Él perdonó a quien lo negó. Él nos ama incondicionalmente y así debemos aprender a amar nosotros también.

La prójimocracia se trata de entender que somos con otros, se trata de, como dice una canción, querer estar en la mitad del mundo, que se juega el cuero por el otro medio mundo. Construyámosla juntos.