Yo soy misión

miércoles, 4 de diciembre de
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Hay que reconocer que detrás de la propia vida y detrás de la propia misión hay un llamado de Dios que le da origen. En realidad, se trata del único llamado del Dios amante, que al mismo tiempo que me da la vida, me otorga una misión singular. No es una misión que tengo, sino que soy. No es una parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de mi existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme a mí mismo.

Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo. Esa misión tiene que ver con el lugar único e irrepetible que ocupo en la historia y, al cumplirla, voy respondiendo al llamado lleno de amor que el Padre me hizo y me hace. Sólo así me voy construyendo como persona y alcanzando mi identidad plena. Sólo así descubro para qué vivo y quién soy yo en realidad.

 

“Me llegó una palabra de Yahvé: «Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones.»” Jeremias 1, 4-5

 

 

Dice el Papa Francisco en Christus Vivit:

“Cada joven, cuando se sienta llamado a cumplir una misión en esta tierra, está invitado a reconocer en su interior esas mismas palabras que le dice el Padre Dios: «Tú eres mi hijo amado»” (25)

“(…)Estos aspectos de la vida de Jesús pueden resultar inspiradores para todo joven que crece y se prepara para realizar su misión. Esto implica madurar en la relación con el Padre, en la conciencia de ser uno más de la familia y del pueblo, y en la apertura a ser colmado por el Espíritu y conducido a realizar la misión que Dios encomienda, la propia vocación”. (30)

“Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimonio del Evangelio en todas partes, con su propia vida. San Alberto Hurtado decía que «ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta; no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella, transformarse en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la luz […]. El Evangelio […] más que una lección es un ejemplo. El mensaje convertido en vida viviente»” (175)