El otro día vi esa película que se llama “extraordinario” de un niño que desde su nacimiento tuvo dificultades de salud que lo llevaron a tener muchas cirugías en su rostro que lo hacían lucir de una manera “particular”. Su historia transcurre ya que es la primera vez que irá a la escuela presencialmente después de que su madre fuera siempre su profesora en casa. La película es bellísima, conmovedora, te hace pasar por todas las emociones y realmente nos enseña e impulsa a hacer de este mundo un lugar mucho mejor, libre de discriminación, más humano y acogedor para todos.
Más allá de la trama de fondo de la película, quisiera detenerme en una parte específica que me hizo reflexionar mucho. El pequeño protagonista “Auggie” cuenta que para no ver cómo las personas se le quedaban mirando, él prefería bajar la vista y observar los zapatos de las personas que podían dar mucha información acerca de ellas (“niño rico”, “el que hereda los zapatos”, etc.)
Y bueno, es inevitable hacer el paralelo de esto con la propia vida, por eso recordé una experiencia personal que después de varios años me ha ayudado mucho. En una ocasión tuve que hacer un viaje fuera de mi ciudad que me implicaba un grande sufrimiento porque me hacía recordar algo que anhelaba con el corazón y que en ese momento no resultó como yo esperaba. En ese mismo viaje tuve la oportunidad de visitar un buen amigo que me acogió y con el que tuve una conversación muy sanadora. Fue de esas personas que te escuchan, te dicen alguna cosa y te reinician un poco la vida dándote esperanza, más aun cuando nos sentimos un poco devastados.
Recuerdo que cuando estaba en camino a la casa de este amigo comenzó a llover y mientras caminaba me di cuenta que estaba en problemas porque sentí mis pies mojados con el agua de la lluvia y recién me percataba que ambos zapatos estaban rotos. En ese momento no significó mucho. Más bien predominaba el fastidio de tener los pies húmedos y no poder cambiarme estando lejos de casa. Así permanecí durante todo el encuentro y luego el trayecto de regreso.
Después de algunos años de ese momento, con la vida renovada, sintiéndome contento y agradecido por lo que el Señor me regala, este amigo que les contaba (que es un sacerdote) me dijo: qué significativo el simbolismo de los zapatos rotos, no? Pensando en ese momento de especial dificultad que atravesaba. Y es verdad, realmente que tiene todo un significado que con la distancia del tiempo me ha hecho profundizar y sentirme una vez más como ese “hijo pródigo” que caminó mucho tiempo para volver a los brazos del “Padre misericordioso”. El cuadro de Rembrandt es muy gráfico en esto, pues muestra los pies del hijo con dos sandalias rotas y en mal estado producto de un viaje largo y humillante, pues tenía que dejar atrás la vergüenza y el orgullo para volver donde su Padre, el único lugar donde se podía sentir seguro y con la confianza de ser perdonado.
Y creo que era un poco así. Aunque no me diera cuenta o no fuera tan consciente en ese momento, de alguna manera me había alejado de ese Dios-Padre pues había dejado que la tristeza, la desesperanza se abrieran paso en mi vida y me acompañaran a cada instante. No lo quería reconocer, pero mi yo de ese minuto era como el hijo que pidió la herencia y se fue lejos y que después al verse “sin nada” con la frustración y la vergüenza le tocaba volver. Y así fue, volví, con los zapatos rotos y todo pero volví, y el Señor por medio de un rostro concreto (mi amigo sacerdote) me abrazaba y me recibía otra vez queriendo hacer fiesta por mi regreso.
Qué lindo regalo nos hace el Señor con estas reflexiones, pues muchas veces pasamos por alto estos simbolismos que se presentan en nuestra vida cotidiana y que nos pueden llevar a lo profundo del corazón, y especialmente a esa intimidad con Dios Padre que nos hace sentirnos amados y perdonados.