Cada 1º de agosto celebramos a San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia, que insigne por el celo de las almas, por sus escritos, por su palabra y ejemplo, trabajó infatigablemente predicando y escribiendo libros, en especial sobre teología moral, en la que es considerado maestro, para fomentar la vida cristiana en el pueblo. Entre grandes dificultades fundó la Congregación del Santísimo Redentor, para evangelizar a la gente iletrada. Elegido obispo de santa Águeda de los Godos, se entregó de modo excepcional a esta misión, que dejaría quince años después, aquejado de graves enfermedades, y pasó el resto de su vida en Nocera de’Pagani, en la Campania, aceptando grandes trabajos y dificultades.
Era un “niño prodigio” con gran facilidad para los idiomas, ciencias, arte, música y demás disciplinas. Empezó a estudiar leyes a los 13 años y a los 16 años presentó el examen de doctorado en derecho civil y canónico en la Universidad de Nápoles. A los 19 años ya era un abogado famoso.
Según se cuenta, en su profesión como abogado no perdió ningún caso en 8 años, hasta que un día después de su brillante defensa, un documento demostró que él había apoyado (aunque sin saberlo), lo que era falso. Eso cambió su vida radicalmente.
Hizo un retiro en el convento de los lazaristas y se confirmó en la cuaresma de 1722. Estos dos eventos reavivaron su fervor. Al año siguiente, en dos ocasiones oyó una voz que le decía: “abandona el mundo y entrégate a mi”. Hizo voto de celibato y abandonó completamente su profesión. Muy pronto Dios le confirmó cual era su voluntad.
Se fue a la iglesia Nuestra Señora de la Misericordia a pedir ser admitido en el oratorio. Su padre trató de impedirlo, pero al verlo tan decidido le dio permiso de hacerse sacerdote pero con la condición de que se fuese a vivir a su casa. Alfonso aceptó, siguiendo el consejo de su director espiritual que era oratoriano.
Hizo los estudios sacerdotales en su casa. Fue ordenado sacerdote en 1726 a los 30 años. Los dos años siguientes se dedicó a los “vagos” de los barrios de las afueras de Nápoles.
Alfonso María de Ligorio predicaba con sencillez. El santo decía a sus misioneros: “Empleen un estilo sencillo, pero trabajen a fondo sus sermones. Un sermón sin lógica resulta disperso y falto de gusto. Un sermón pomposo no llega a la masa. Por mi parte, puedo decirles que jamás he predicado un sermón que no pudiese entender la mujer más sencilla”.
San Alfonso abandonó su casa paterna en 1729, a los 33 años de edad y se fue de capellán a un seminario donde se preparaban misioneros para la China.
Durante sus años de ejercicio de la abogacía, Alfonso redactó una especie de decálogo o conjunto de normas para sí mismo en el ejercicio de su profesión:
1. Jamás es lícito aceptar causas injustas porque es peligroso para la conciencia y la dignidad.
2. No se debe defender causa alguna con medios ilícitos.
3. No se debe imponer al cliente pagos que no sean obligatorios, bajo pena de devolución.
4. Se debe tratar la causa del cliente con el mismo cuidado que las cosas propias.
5. Es preciso entregarse al estudio de los procesos a fin de que de ellos se puedan deducir los argumentos útiles para la defensa de las causas que le son confiadas.
6. Las demoras y negligencias de los abogados son perjudiciales a los intereses de los clientes. Los perjuicios así causados deben, pues, ser reembolsados al cliente. Si no se hace así, se peca contra la justicia.
7. El abogado debe implorar el auxilio de Dios en las causas que tiene que defender, pues Dios es el primer defensor de la justicia.
8. No es aceptable que el abogado acepte causas superiores a su talento, a sus fuerzas o al tiempo que muchas veces le faltará para preparar adecuadamente su defensa.
9. El abogado debe ser siempre justo y honesto, dos cualidades que debe cuidar como a las niñas de sus ojos.
10. Un abogado que pierde una causa por su negligencia es deudor de su cliente y debe reembolsarte los perjuicios que le ocasione.
11. En su informe debe el abogado ser veraz, sincero, respetuoso y razonador, y;
12. Por último, las partes de un abogado han de ser la competencia, el estudio, la verdad, la fidelidad y la justicia.