Cada 30 de Septiembre la iglesia celebra a San Jerónimo, uno de los cuatro Doctores originales de la Iglesia Latina. Padre de las ciencias bíblicas y traductor de la Biblia al latín. Presbítero, hombre de vida ascética, eminente literato.
De familia cristiana y acomodada, recibió una sólida educación y, apoyado por sus padres, perfeccionó sus estudios en Roma. Durante cuatro años se dedicó plenamente a sus estudios, aprendió hebreo y transcribió códigos y escritos de los Padres de la Iglesia. Fueron años de meditación, soledad e intensa lectura de la Palabra de Dios. En el 379 fue ordenado sacerdote.
Como su reputación ascética y erudita era bien conocida, el Papa Dámaso lo eligió como su secretario y consejero y lo invitó a realizar una nueva traducción de los textos bíblicos al latín. En la capital, Jerónimo también fundó un círculo bíblico e inició el estudio de la Escritura por mujeres de la nobleza romana que, deseando emprender el camino de la perfección cristiana y deseando profundizar su conocimiento de la Palabra de Dios, lo designaron como su maestro y guía espiritual.
A él le debemos la primera traducción al latín de la Biblia, la llamada Vulgata – con los Evangelios traducidos del griego y el Antiguo Testamento del hebreo – que aún hoy, en su versión revisada, sigue siendo el texto oficial de la Iglesia latina.
Murió en su celda, cerca de la Gruta de la Natividad, el 30 de septiembre probablemente en el 420.
Algunas frases de San Jerónimo:
“Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo“.
“¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?”
La Biblia, instrumento «con el que cada día Dios habla a los fieles, se convierte de este modo en estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para toda persona».
«Si rezas –escribe a una joven noble de Roma–hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla».