Santos Felipe y Santiago apóstoles

martes, 3 de mayo de 2016
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Cada 3 de mayo celebramos juntos a estos dos apóstoles de Jesús porque en torno al siglo VI sus restos fueron llevados a Roma. Ambos pertenecieron al grupo de los doce Apóstoles, hombres que Jesucristo escogió, preparó y envió para la predicación de la Buena Nueva, dándole este mandato: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19-20).

Felipe y Santiago dieron su vida por amor a Jesucristo y a la predicación del Evangelio. El primero fue crucificado cabeza abajo en Frigia, y Santiago murió apedreado, hacia el año 62.

Felipe apóstol

Felipe era natural de Betsaida, junto al lago de Genesaret, donde tantas veces Jesucristo predicó. Fue primero discípulo de Juan el Bautista, hasta que Jesús lo llamó a ser Apóstol. Felipe, sin perder tiempo, le anunció a Natanael que por fin había encontrado al Mesías.

Sabemos también que estuvo presente en las Bodas de Caná, y que, en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, fue a él a quien se dirigió el Señor para preguntarle cómo podían hacer para saciar el hambre de tanta gente. Interviene, junto a Andrés, en el episodio en que unos griegos quieren conocer a Jesús. La Tradición dice de Felipe que llevó el Evangelio a Frigia (Asia Menor) donde fue crucificado.

Santiago, el menor

Santiago, en cambio, permanece en Jerusalén. Él era pariente del Señor, los Evangelios nos hablan de él como “el hermano de Jesús”, no porque fuera hermano de sangre, sino porque en el lenguaje bíblico, se les dice “hermanos” a los parientes cercanos; probablemente Santiago y Jesús fueran primos. También se lo llama “el Menor” para diferenciarlo del otro apóstol, Santiago el Mayor, hermano de Juan, martirizado poco después de la muerte de Cristo. San Pablo dice que el Apóstol Santiago, junto con San Pedro y San Juan, fueron columnas de la Iglesia primitiva. En repetidas ocasiones, Jesús quiso estar a solas con ellos.

Santiago fue Obispo de Jerusalén, donde tuvo lugar el primer Concilio, donde se trató el tema de la evangelización a los gentiles (cfr. Hech. 15). Se dedicó a predicar principalmente entre los judíos de Jerusalén, y allí fue donde lo mataron. Finalmente, Santiago es autor de una de las cartas del Nuevo Testamento.

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“Sígueme”

¡Cuántas enseñanzas nos dejan estos dos hombres simples, que dedicaron su vida a conocer y amar a Cristo, y a llevar su Evangelio a todos los hombres! Meditemos cuanto nos enseña el Evangelio sobre ellos. Ellos, que recorrieron el camino de la fe antes que nosotros, nos señalan por dónde debemos avanzar.

Jesús llamó a Felipe a pertenecer al grupo de los Apóstoles. Ese “sígueme” resuena fuertemente en el corazón de este sencillo hombre que anhelaba el encuentro con el Mesías tan esperado. Y él no puede callar ese encuentro y le dice a Natanael que había encontrado al Mesías del que escribieron Moisés y los profetas; le explicaba, en fin, que había encontrado a la persona que daría sentido a su vida. Ante la desconfianza de Natanael, Felipe replica “Ven y lo verás” (Jn 1,46). Así fue, Natanael encontró también al Señor y creyó, y lo siguió llegando a ser Apóstol. Felipe fue el instrumento de que Jesús se valió para que Natanael también lo encontrara. Y eso espera también de nosotros, que demos testimonio de palabra y de vida, de que encontramos a Jesús (porque Jesús nos encontró primero) y que es a Él al único que seguimos, porque es nuestra felicidad.

Cuenta también el Evangelio que en el día de la multiplicación de los panes, antes de obrar el milagro, Jesús, preocupado por el hambre y las necesidades de quienes lo seguían, le preguntó a Felipe: “¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?” (Jn. 6, 5). Ante la respuesta de Felipe de que ni 200 denarios alcanzarían para paliar el hambre de la gente allí reunida, Jesús demuestra cuánto le importan nuestras necesidades, y que nada para Él es imposible. Multiplica los panes y todos terminaron saciados. Cuando los cálculos humanos no cierran, no nos quepa duda de que allí Jesús quiere actuar. Pero lo quiere hacer de una manera evidente, para que nosotros, que tantas veces nos dormimos y olvidamos, descubramos su amor misericordioso. Él nos pide un mínimo de colaboración: cinco panes y dos peces. Todo lo demás va por cuenta de Él. Y nos da hasta saciarnos, hasta saciar nuestro corazón.

Una y otra vez Jesús nos quiere enseñar esto: ante el pedido de Felipe “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn. 14,8), Jesús nos vuelve a recordar “Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?” (Jn. 14, 9). Jesús nos pregunta a cada uno: “¿Todavía no te diste cuenta todo lo que en tu vida tiene que ver conmigo, y qué lejos estuviste de mi amor cuando te sentiste solo o triste? Fui yo el que en tantas ocasiones, como tantos días tiene tu vida, salí a tu encuentro y te ayudé en esto o aquello.” En Cristo nos sentimos seguros y amados.

También Santiago tiene mucho para decirnos. Su fe, bondad y buen ejemplo movió a la conversión a muchísimos judíos. Pasaba largas jornadas arrodillado rezando en el templo, adorando a Dios, y se sacrificaba para reparar los pecados de los hombres. Santiago fue fiel a Dios. Debió dar testimonio de su fe hasta el extremo. En cierta ocasión, el Sumo Sacerdote Anás II y los jefes de los judíos, muertos de envidia por la admiración que el pueblo tenía a Santiago y dado que éste no dejaba de predicar las maravillas del Señor, decidieron apedrearlo. Las piedras caían sobre su cuerpo, del mismo modo que Santiago regaba los corazones de aquellos hombres, levantando su Oración al cielo y diciendo: “Padre Dios, te ruego que los perdones porque no saben lo que hacen”. Hasta el último momento, en lugar de mirarse a sí mismo y a su dolor, siguió intercediendo hasta por quienes deseaban su muerte. Esta actitud podemos imitarla en los pequeños “golpes” que recibimos, cuando nos humillan o no nos comprenden.

Meditemos una y otra vez esta frase de la Epístola de Santiago: “La fe sin obras, está muerta”. Hay a nuestro alrededor demasiada personas que, como aquellos griegos, anhelan conocer a Cristo.

Fuente: Iglesia.org