Que el hombre no separe lo que Dios ha unido

viernes, 14 de agosto de 2015
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14/08/2015 – Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?”. El respondió: “¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.

Le replicaron: “Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?”. El les dijo: “Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así.

Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio”. Los discípulos le dijeron: “Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse”. Y él les respondió: “No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido.

En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!”.

Mt 19,3-12

 

 

Es un amor exclusivo de Dios con su pueblo. Se expresa en Oseas, como en Isaías 54, 62, en Jeremías. Los profetas fueron preparando el terreno. A lo largo de la historia sagrada Dios se ha revelado a través de diversas alianzas. Al principio en el Paraíso: Dios dio la tierra, los frutos y pidió fidelidad a sus mandamientos. Adán y Eva rompieron la alianza con el creador y pagaron las consecuencias ellos y sus descendientes. La segunda Alianza fue con Noé, y el arco iris fue el sello de la esa nueva alianza. La 3º fue con la tribu de Abraham, sus descendientes en dos tribus y luego en un reino; el signo era la circuncisión. Luego una nueva alianza con Moisés que tenía como signo la pasuca que transformaría a los Israelitas en un pueblo peregrino. La 5º y última alianza fue con el testamento final del Rey David: lo convertiría en rey y ese reino sería universal y perpetuo.

Las cinco grandes alianzas que aparecen en el Antiguo Testamento culminan con Jesucristo. El Hijo de Dios representa la nueva alianza. Los padres de la Iglesia nos enseñaron que la herida abierta en el costado de Cristo, donde brotó sangre y agua, donde surgieron los sacramentos de la Iglesia son la señal del pacto definitivo. Cuando recibimos los sacramentos recibimos esa alianza y realimentamos ese pacto. Dios genera un pacto en Cristo Jesús para nosotros, y eso en la vida de cada uno tiene características diferentes. Hay un historia de amor con cada uno de nosotros que se sella en cada uno con una historia de salvación personalísima.

Esa alianza personal se renueva todos los días conforme a lo que Dios va mostrando sobre la marcha.

En su predicación Jesús enseñó el sentido original y misteriosamente insondable de la unión entre el hombre y la mujer. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” Mt   Es más, el auténtico amor conyugal es un reflejo del amor divino. La Iglesia concede una importancia grande a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve a llí una señal del amor de Jesús por el matrimonio. De la alianza entre el hombre y la mujer nace una institución estable a la que llamamos sacramento del matrimonio. Es el matrimonio desde el Señor una alianza indestructible y esto lo cuidamos, lo alimentamos y le pedimos al Señor que lo consolide. Sobretodo pedimos su protección donde el pacto de amor con Dios se ha hecho vínculo matrimonial en medio de tantas situaciones que amenazan con destruirlo.

En el caso del matrimonio consiste en la entrega de la vida entera en esa alianza al modo como Cristo se entrega a la Iglesia. Esa entrega es para siempre, una completa y mutua donación “yo soy tuyo y tu eres mío”. El matrimonio cristiano en cuanto que tiene 3 protagonistas es una alianza en tres bandas: el esposo y la esposa y el Señor en el centro. Los tres están llamados a formar una unidad, un conjunto indestructible, una comunión ejercitada por la mutua entrega.

 

Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo.

Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su mujer como así mismo, y la esposa debe respetar a su marido.

Efesios 5, 28-33

 

Dios no es un solitario sino una familia, y toda vocación cristiana está marcada por este don de vínculo matrimonial, en todo estado de vida. En la vida consagrada este vínculo ya no es con alguien único sino con todos en ese uno que es Dios.  

Dios es pueblo de Dios y el Dios de su pueblo. La unión conyugal es reflejo de esa comunión de amor que hay en la intimidad del amor de Dios uno y trino que se hace pacto de alianza último en Cristo Jesús. El matrimonio cristiano, esta alianza de tres, refleja la historia de amor de un Dios trinidad que celebra su pacto de alianza de manera multitudinaria que es inmenso, pero el corazón de cada uno de sus miembros el que responde a este llamado. Este pueblo crece en la medida que se abre a ese llamado y con generosidad dice sí y responde a ese llamado. 

Para recorrer el camino de la alianza, se necesita una experiencia de Dios creyente de adhesión libre al plan de Dios como creador que nos pide reemplazar nuestra voluntad por la suya para que en la sinofía de Dios podamos formar una gran melodía. Es la melodía del amor por la cual tantos amores se van curando. Esta experiencia de poner nuestra voluntad de Dios es la que se multiplica como un buen perfume en donde son atraídos tantos. “Mi alimento es la voluntad del Padre” dice Jesús. Cuántos hermanos nuestros tienen hambre de esta voluntad de Dios. Nosotros también podemos ser instrumento para que muchos se alimenten de Él.

Padre Javier Soteras