Vivir y trabajar con Monseñor Romero

miércoles, 14 de enero de 2015
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14/01/2015 – Monseñor Ricardo Urioste Bustamante es de El Salvador, fue testigo del asesinato de Monseñor Romero y uno de sus hombres más cercanos. Tras su muerte, creó la Fundación Monseñor Romero para conservar y difundir el pensamiento, las homilías y  la memoria del obispo Salvadoreño defensor de los pobres. Además es promotor de la causa de Santidad de Romero, quién perdió la vida mientras celebraba la eucaristía un 24 de marzo de 1980 en manos de un francotirador. La semana pasada, tras 21 años de iniciado el proceso de Canonización, y tras diferentes etapas, finalmente los teólogos declararon su muerte como un martirio.

En un cálido diálogo con Radio María Argentina, Monseñor Ricardo Urioste Bustamante, nos contó su sentimiento frente al repentino avance de la causa, su vínculo con Monseñor Romero, anécdotas sobre su vida, su misión y su día a día.

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“Monseñor Romero fue nuestro arzobispo, comentó Mons. Urioste,  y 7 meses después me hizo su vicario general por lo que me tocó estar muy cerca. Recuerdo una vez en que monseñor estaba en una reunión consultando con sus sacerdotes algo que preguntó, y él tomaba nota, como durante dos horas y no dijo una palabra. Al salir, había un pordiosero, y al acercarse Monseñor Romero le hizo la misma pregunta que le estaba haciendo a sus teólogos, moralistas y canonistas en la reunión. Entonces me dije, “él está viendo en ese hombre a la Iglesia de la calle que también debe consultar”.

Además, Mons. Urioste se refirió a Romero como un hombre muy simple, esforzado y trabajador, incluso tímido: “cuando había un grupo de personas en una reunión informal él no hablaba ni decía nada y cuando subía al púlpito el Espíritu Santo tomaba posesión de él y lo transformaba”.

 

Un hombre de Dios, un hombre de la Iglesia, un servidor

Monseñor Urioste define a Monseñor Romero con éstas tres características: Un hombre de Dios, un hombre de la Iglesia, un servidor.

Fue un hombre de Dios. La oración era para él lo máximo y donde recibía de Dios el acompañamiento que él iba a ir dando a su pueblo. Alguien que nunca descuidó la oración lo que lo hace un hombre de Dios.

Un hombre de Iglesia. En El Salvador se lo acusó de político, de subversivo, de marxista de guerrillero y de todo lo que se les ocurra… A mí no me sorprende, porque a Jesús lo acusaron también de político. Ante Pilatos las acusaciónes son de tipo político. Igual le pasa a Monseñor Romero con éstas acusaciones que se hace a gente que está comprometida con la fe y con la verdad.

Un obispo que sirvió a los pobres. Le dolía en el alma el dolor de la gente: los asesinados, los perseguidos, los torturados, los que no podían desplazarse y él fue su gran defensor. Cada domingo, segun relata Mons. Urioste,  contaba lo qué había pasado en la semana y cómo se habían transgredido los derechos humanos que para él eran derechos divinos porque el hombre y la mujer están hechos a imagen y semejanza de Dios.

“Es un gozo y una gran alegría primero que el Papa unos días antes del reconocimiento del martirio por parte de los teólogos, habló de Monseñor Romero citando una homilía suya sobre el martirio. Y a los pocos días la comisión de teólogos afirmó que murió martir y por la fe, a servicio de sus hermanos. Es un espacio muy abierto a su probable beatificación dentro de poco.

 

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Murió como vivió

El obispo Salvadoreño tuvo una fuerte predicación en defensa de los derechos humanos y de denuncia sobre los atropellos a la dignidad que había en su país, donde los secuestros y las torturas eran moneda corriente. Su predicación y su opción por los pobres, desde el evangelio, le costó la oposición de muchos (incluídos algunos sectores de la Iglesia). Había entregado su vida por los más desfavorecidos, y así la terminaba.

“Celebró una misa por una señora que había fallecido un año antes y cuyo hijo le había pedido que lo hiciera. Estaba en la misa, había terminado la predicación, donde tiene unas palabras preciosas en esa última eucarístía que celebró. Allí manifiesta la profundidad de su pensamiento y de cómo él vivía lo que estaba ocurriendo: “este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor como Cristo, no para tí, sino para dar concepto de justicia y de paz a nuestro pueblo. unámonos pues íntimamente en la fe y en la esperanza en este momento de oración”. Fueron sus últimas palabras y después de ese momento suena el disparo donde se produjo su muerte casi instantánea.

Cuando llegamos ahí le encargué a las hermanas del Hospital que tuvieran cuidado con las entrañas que iban a sacarle para poder embalsamarlas y ellas las enterraron al frente de su apartamentito. Cuando el Papá llegó en el `83 pensaron en hacerle una grutita a la Virgen y comenzaron a cavar. Allí descubrieron la caja con sus restos: la sangre estaba aún líquida y no había olor. El Arzobispo nos dijo que no dijéramos nada a nadie. Allí le dimos al Papa Juan Pablo II un pequeño depósito con un poco de la sangre de Monseñor Romero que allí estaba contenida”.

El obispo Salvadoreño se refirió a cómo se vive su memoria: “Hace mucho tiempo que hay conciencia en todo el pueblo de que Monseñor Romero es santo. Todos los fines de semana hay 200 o 300 personas que se aglutinan en la cripta de la Catedral donde está enterrado. Hay un fervor grande y un gran regocijo por la muy probable beatificación”.

¿Cómo continúa la causa?

El reconocimiento del martirio es un paso muy importante. No se necesita un milagro para ser beatificado porque con el puro hecho de ser considerado mártir ya puede serlo. En el caso de la canonización tiene que existir un milagro, pero recordemos que el Papa puede dispensar ese paso si así lo considera oportuno, como fue con el Papa Juan XXIII.