20/08/2014 – “Gracias por condolencias por mis familares. También el Papa tiene una familia”. Con estas palabras, el Papa Francisco agradeció las oraciones y el pésame recibido por los parientes que fallecieron ayer en un accidente de tráfico. Uno de sus sobrinos, junto con su mujer y sus dos hijos pequeños tuvieron un accidente de tránsito. La esposa y los dos niños murieron, mientras que su sobrino está en estado grave.
Lo ha hecho durante la audiencia general de los miércoles, que ha retomado esta mañana tras el viaje a Corea. En esta ocasión ha sido en el Aula Pablo VI, como ya hizo en la primera semana de agosto. A las 10.00 el Papa ha entrado en el atrio del Aula y ha comenzado a saludar a los peregrinos que se encontraban en el pasillo. Charlando con algunos unos instantes, dándoles la mano y bendiciendo a los más pequeños ha recorrido el espacio que le separada desde la entrada hasta el palco.
Entre los presentes en la audiencia, se encontraba el equipo de fútbol de San Lorenzo de Almagro, el club de Buenos Aires del que el Santo Padre es aficionado. Hasta Roma se han dirigido para presentarle al Pontífice la Copa Libertadores, que vencieron la semana pasada. Al concluir la audiencia, el Papa ha saludado a jugadores, entrenador y directivos, además ha podido tocar la Copa y hacerse una foto con ellos.
Entre los saludos que el Papa hace a los peregrinos de los distintos idiomas, hoy ha saludado especialmente a una familia francesa presente en la audiencia que ha venido a Roma con dos burros y seis hijos. “Pero los burros no han entrado”, ha explicado al Papa entre risas. “Valientes” como un grupo de italianos que han llegado en canoa desde Loreto. A ellos el Papa también ha saludado de forma particular.
La catequesis de esta mañana del Santo Padre, ha sido una reflexión sobre el reciente viaje a Corea del Sur. De esta forma, Francisco lo ha explicado en el resumen hecho en español:
“A mi regreso del viaje apostólico a Corea, quiero dar gracias a Dios y a todos los que han contribuido a su realización, especialmente a los obispos coreanos, a la señora presidenta y a las autoridades locales.
Los dos acontecimientos principales de mi visita –la beatificación de 124 mártires y el encuentro con los jóvenes– me han permitido presentar a la Iglesia como una familia que transmite a las nuevas generaciones la fe recibida de sus antepasados. La memoria de los mártires, que fueron capaces de entregar sus vidas por aquello en lo que creían, constituye un ejemplo para los jóvenes de hoy y les da motivos para vivir con esperanza.
La Iglesia coreana nació de la fe de algunos fieles laicos que, fascinados por la sabiduría de las Escrituras, las estudiaron y las adoptaron como regla de vida. Sus aldeas se inspiraron en la comunidad apostólica de Jerusalén, que tenía todo en común. Por eso, he animado a los cristianos de hoy a ser solidarios con los más pobres y marginados.
Además, he tenido la oportunidad de hacer un llamamiento y una oración por la reconciliación de todos los hijos de la tierra coreana, que aún sufren las consecuencias de guerras y divisiones”.
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española, “en particular a los grupos provenientes de España, Argentina y otros países latinoamericanos. De modo especial, saludo a los campeones de América, al equipo de San Lorenzo, aquí presentes, que es parte de mi identidad cultural. Que la peregrinación al Sepulcro de los Apóstoles Pedro y Pablo aumente su fe y estimule su caridad para con los pobres y necesitados”.
Al finalizar los saludos en las distintas lenguas, el Santo Padre ha hecho una mención especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. “Hoy celebramos la memoria litúrgica de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia. Su amor a la Virgen, definida Stella maris, inspire la vida cristiana de cada uno: aprendamos a mirar y a invocar a María para no ser vencidos por el pecado y poder vivir de los frutos de la gracia que nos dona su Hijo Jesús”.
Este es el texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, en los días pasados he realizado un viaje apostólico a Corea y hoy, junto a vosotros, doy gracias al Señor por este gran don. He podido visitar una Iglesia joven y dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por el espíritu misionero, en un país donde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad del Evangelio, se encuentran a las dos. Deseo nuevamente expresar mi gratitud a los queridos hermanos obispos de Corea, a la señora presidenta de la República, a las otras autoridades y a todos aquellos que han colaborado con mi visita. El significado de este viaje apostólico se puede condensar en tres palabras: memoria, esperanza, testimonio. La República de Corea es un país que ha tenido un notable y rápido desarrollo económico. Sus habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados, y deben mantener la fuerza hereditaria de sus antepasados. En esta situación, la Iglesia es custodia de la memoria y de la esperanza: es una familia espiritual en la que los adultos transmiten a los jóvenes la antorcha de la fe recibida por los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se convierte en nuevo testimonio en el presente y esperaza de futuro. En esta perspectiva se pueden leer los dos eventos principales de este viaje: la beatificación de 124 mártires coreanos, que se añaden a los que ya canonizó hace 30 años san Juan Pablo II; y el encuentro con los jóvenes, en ocasión de la Sexta Jornada Asiática de la Juventud. El joven es siempre una persona buscando algo por lo que valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo. Es más, de Alguno por el que vale la pena dar la vida. Esta realidad es el amor, es Dios que ha tomado carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a los jóvenes, el Espíritu del Señor Resucitado nos ha llenado de alegría y de esperanza, ¡que los jóvenes llevarán en sus diferentes países y que harán tanto bien!
Queridos hermanos y hermanas, en los días pasados he realizado un viaje apostólico a Corea y hoy, junto a vosotros, doy gracias al Señor por este gran don. He podido visitar una Iglesia joven y dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por el espíritu misionero, en un país donde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad del Evangelio, se encuentran a las dos.
Deseo nuevamente expresar mi gratitud a los queridos hermanos obispos de Corea, a la señora presidenta de la República, a las otras autoridades y a todos aquellos que han colaborado con mi visita. El significado de este viaje apostólico se puede condensar en tres palabras: memoria, esperanza, testimonio.
La República de Corea es un país que ha tenido un notable y rápido desarrollo económico. Sus habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados, y deben mantener la fuerza hereditaria de sus antepasados.
En esta situación, la Iglesia es custodia de la memoria y de la esperanza: es una familia espiritual en la que los adultos transmiten a los jóvenes la antorcha de la fe recibida por los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se convierte en nuevo testimonio en el presente y esperaza de futuro. En esta perspectiva se pueden leer los dos eventos principales de este viaje: la beatificación de 124 mártires coreanos, que se añaden a los que ya canonizó hace 30 años san Juan Pablo II; y el encuentro con los jóvenes, en ocasión de la Sexta Jornada Asiática de la Juventud.
El joven es siempre una persona buscando algo por lo que valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo. Es más, de Alguno por el que vale la pena dar la vida. Esta realidad es el amor, es Dios que ha tomado carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a los jóvenes, el Espíritu del Señor Resucitado nos ha llenado de alegría y de esperanza, ¡que los jóvenes llevarán en sus diferentes países y que harán tanto bien!
La Iglesia en Corea custodia también la memoria del rol primario que tuvieron los laicos ya sean en los albores de la fe, como en la obra de evangelización. En esta tierra, de hecho, la comunidad cristiana no ha sido fundada por misioneros, sino de un grupo de jóvenes coreanos de la segunda mitad del 1700, quienes quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a fondo y lo eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para recibir el Bautismo y después, este laico, bautizó a su vez a sus compañeros. De ese primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde el inicio y durante casi un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Por tanto, la Iglesia en Corea está fundada en la fe, en el compromiso misionero y el martirio de los fieles laicos. Los primeros cristianos coreanos tomaron como modelo a la comunidad apostólica de Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera cualquier diferencia social. Por eso he animado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el capítulo 25: “Todo lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos pequeños, me lo habéis hecho a mí”. Queridos hermanos, en la historia de la fe que se desarrolla en Corea se ve como Cristo no anula las culturas, Cristo no anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos que atraviesan los siglos y los milenios buscando la verdad y practican el amor por Dios al prójimo. Cristo no elimina lo que es bueno, sino que lo lleva adelante, a cumplimiento.
La Iglesia en Corea custodia también la memoria del rol primario que tuvieron los laicos ya sean en los albores de la fe, como en la obra de evangelización. En esta tierra, de hecho, la comunidad cristiana no ha sido fundada por misioneros, sino de un grupo de jóvenes coreanos de la segunda mitad del 1700, quienes quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a fondo y lo eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para recibir el Bautismo y después, este laico, bautizó a su vez a sus compañeros. De ese primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde el inicio y durante casi un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Por tanto, la Iglesia en Corea está fundada en la fe, en el compromiso misionero y el martirio de los fieles laicos.
Los primeros cristianos coreanos tomaron como modelo a la comunidad apostólica de Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera cualquier diferencia social. Por eso he animado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el capítulo 25: “Todo lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos pequeños, me lo habéis hecho a mí”.
Queridos hermanos, en la historia de la fe que se desarrolla en Corea se ve como Cristo no anula las culturas, Cristo no anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos que atraviesan los siglos y los milenios buscando la verdad y practican el amor por Dios al prójimo. Cristo no elimina lo que es bueno, sino que lo lleva adelante, a cumplimiento.
Lo que sin embargo combate Cristo y derrota es al maligno, que siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría del dinero; que siembra el veneno de la nada en los corazones de los jóvenes. Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y lo ha vencido con su sacrificio de amor. Y si permanecemos en Él, en su amor, también nosotros, como mártires, podemos vivir y dar testimonio de su victoria. Con esta fe hemos rezado, y también ahora rezamos para que todos los hijos de la tierra coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan cumplir un camino de fraternidad y reconciliación. Este viaje ha sido iluminado por la fiesta de la Asunción de María. Desde lo alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del pueblo de Dios, sostiene en los momentos de mayor cansancio, conforta a cuantos están en la prueba y tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por su materna intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, les done paz y prosperidad; y bendiga la Iglesia que vive en esa tierra, para que sea siempre fecunda y llena de la alegría del Evangelio. Gracias.
Lo que sin embargo combate Cristo y derrota es al maligno, que siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría del dinero; que siembra el veneno de la nada en los corazones de los jóvenes. Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y lo ha vencido con su sacrificio de amor. Y si permanecemos en Él, en su amor, también nosotros, como mártires, podemos vivir y dar testimonio de su victoria. Con esta fe hemos rezado, y también ahora rezamos para que todos los hijos de la tierra coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan cumplir un camino de fraternidad y reconciliación.
Este viaje ha sido iluminado por la fiesta de la Asunción de María. Desde lo alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del pueblo de Dios, sostiene en los momentos de mayor cansancio, conforta a cuantos están en la prueba y tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por su materna intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, les done paz y prosperidad; y bendiga la Iglesia que vive en esa tierra, para que sea siempre fecunda y llena de la alegría del Evangelio. Gracias.
Zenit / Rome Reports
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