09/11/2015 – Compartimos las palabras del Papa Francisco antes y después del rezo del ángelus en la Plaza San Pedro junto a miles de peregrinos:
«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días, con este lindo sol!
El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.
Comencemos por la primera, qué cosa no tenemos que hacer: en la primera parte, Jesús señala en los escribas, maestros de la ley, tres defectos que se manifiestan en su estilo de vida: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos «les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes» (Mc 12,38-39).
Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden falsedad e injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad – así dice Jesús – para «devorar los bienes de las viudas» (cfr v 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los extranjeros, como a las personas más indefensas y desamparadas. En fin, los escribas – dice Jesús – «fingen hacer largas oraciones» (v 40).
También hoy existe el riesgo de asumir estas conductas. Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.
Y en esta línea, se coloca la segunda parte del Evangelio de hoy. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como oferta. Hay muchos ricos que echan tantas monedas y hay una pobre mujer, viuda, que da apenas dos pequeñas monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer y llama la atención de los discípulos sobre el contraste neto de la escena.
Los ricos han dado, con gran ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con discreción y humildad, ha dado «todo lo que tenía para vivir» (v 44); por ello – dice Jesús – ella ha dado más que todos. Debido a su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere hacer a medias con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué lindo ejemplo esa viejita, lindo ejemplo!
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro de juicio no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay plenitud en tu corazón. Piensen esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud. No es cosa de billetera, sino de corazón. Hay diferencia entre billetera y corazón…
Hay enfermedades cardíacas que hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no va bien! Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperarnos nada a cambio.
Permítanme que cuente una anécdota, que sucedió en mi diócesis precedente. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá estaba en el trabajo; estaban comiendo milanesas… Ese en ese momento, llaman a la puerta y uno de los hijos – chicos, 5, 6 años, 7 años, el más grande – viene y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida».
Y la mamá, una buena cristiana, les pregunta: «¿qué hacemos? – Démosle mamá… Bien… Agarra el tenedor y el cuchillo y les quita la mitad de cada milanesa. ¡Ah, no, mamá no! ¡Así no! Agarra de la refrigeradora – ¡No! ¡Preparamos tres sándwiches así! Y los hijos aprendieron que la verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro de que esa tarde tuvieron un poco de hambre.. ¡pero, así se hace!
Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos – como esos niños, de la mitad de la milanesa – de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita a la escuela de esta pobre viuda, que Jesús, entre el desconcierto de los discípulos, hace subir a la cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita».
Fuente: Radio Vaticana
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