02/02/2016 – Compartimos las palabras del Papa Francisco a los participantes en el Jubileo de la Vida Consagrada, en el Aula Pablo VI del Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas:
he preparado un discurso para esta ocasión sobre los temas de la vida consagrada y sobre tres pilares; existen otros, pero tres son importantes para la vida consagrada. El primero es la profecía, el otro es la proximidad y el tercero es la esperanza. Profecía, proximidad y esperanza. He entregado al Cardenal Prefecto el texto porque es un poco aburrido leerlo y prefiero hablar con ustedes de aquello que me sale del corazón. ¿De acuerdo?
Religiosos y religiosas, es decir hombres y mujeres consagrados al servicio del Señor que ejercitan en la Iglesia este camino de una pobreza fuerte, de un amor casto que los lleva a una paternidad y a una maternidad espiritual para toda la Iglesia, una obediencia… Pero, en esta obediencia nos falta siempre algo, porque la perfecta obediencia es aquella del Hijo de Dios – ¡eh! – que se ha abajado, se ha hecho hombre por obediencia hasta la muerte de Cruz. Pero hay entre ustedes hombres y mujeres que viven una obediencia fuerte, una obediencia – no militar, no, no, aquello; eso es disciplina, es otra cosa – ¿De donación del corazón? Y esto es profecía. “¿Pero tú, no tienes ganas de hacer otra cosa? Sí, pero… según las reglas debo hacer esto, esto, esto. Y según las disposiciones esto, esto, esto. ¿Y si no veo claro algo? Hablo con el superior, con la superiora… Pero, después del dialogo obedezco”. Esta es la profecía contra la semilla de la anarquía que siembra el diablo. ¿Tú que haces? “Yo hago lo que me gusta”. La anarquía de la voluntad es hija del demonio, no es hija de Dios. El Hijo de Dios no ha sido anárquico, no ha llamado a los suyos para hacer una fuerza de resistencia contra sus enemigos; también Él le ha dicho a Pilatos: “Pero, si yo fuera un rey de este mundo habría llamado a mis soldados para defenderme”. Pero Él ha obedecido al Padre. Ha pedido solamente: “padre, por favor… No, no, este cáliz no. Si no se haga lo que tú quieras”. Cuando ustedes obedecen una cosa… Tal vez muchas veces no les gusta, ¿eh? A veces como mi italiano es muy pobre, debo hablar el lenguaje de los sordomudos, ¡eh! Esta obediencia… pero se hace. Por lo tanto la profecía. La profecía es decir a la gente que hay un camino de felicidad, de grandeza, un camino que llena de alegría, que es el camino de Jesús. Es el camino de estar cerca de Jesús. Es un don, es un carisma la profecía y que se debe pedir al Espíritu Santo: que yo también sepa decir esa palabra también, en aquel momento justo; que yo haga aquello en aquel momento justo, que mi vida, toda, sea una profecía; hombres y mujeres profetas. Y esto es muy importante. Pero, hagamos como todo el mundo, ¿no? La profecía es decir que hay algo verdadero, más bello, más grande, más bueno al cual todos estamos llamados.
Luego la otra palabra es la proximidad, ¿no? Hombres y mujeres consagrados, pero no para alejar a la gente y tener todas las comodidades… No, para acercarme y entender la vida de los cristianos y de los no cristianos, los sufrimientos, los problemas, las tantas cosas que solamente se entienden si un hombre y una mujer consagrada se hace prójimo: en la proximidad. “Pero, Padre, yo soy una religiosa de clausura, ¿Cómo debo hacer? Pero, piensen en Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, que con su corazón ardiente era próxima a la gente. Proximidad… Hacerse consagrados no significa salir uno, dos, tres escalones en la sociedad. Es verdad, muchas veces escuchamos a los padres: “Pero, sabe padre, yo tengo una hija religiosa, yo tengo un hijo fraile…” y lo dicen con orgullo: ¡y es verdad! Es una satisfacción para los padres tener hijos consagrados; esto es verdad. Pero para los consagrados no es un estatus de vida que me hace ver a los otros así, ¿eh? La vida consagrada me debe llevar a la cercanía con la gente; cercanía física, espiritual, conocer a la gente. “A si padre, en mi comunidad la superiora nos ha dado el permiso de salir, y buscar en los barrios pobres con la gente” – Y en tu comunidad, ¿hay religiosas ancianas? Si, si. Esta la enfermería en el tercer piso – ¿Y cuántas veces al día tú vas a visitar a tus religiosas, las ancianas que pueden ser tu mamá o tu abuela? Bueno padre, usted sabe, yo estoy muy ocupada en el trabajo y no logro ir… “Proximidad: ¿Quién es el primer prójimo de un consagrado o de una consagrada? El hermano o la hermana de la comunidad. Este es su primer prójimo. Es también una proximidad hermosa, buena, con amor. Yo sé que en sus comunidades jamás se murmura, jamás, jamás… Un modo de alejarse de los hermanos y de las hermanas de la comunidad es propio este: el terrorismo de las habladurías. Escuchen bien, ¿eh? No, las habladurías: el terrorismo de las habladurías, porque quien habla mal es un terrorista. Es un terrorista dentro la propia comunidad, porque lanza como una bomba la palabra contra esto, contra aquello, y luego se va tranquilo. ¡Destruye quien hace esto! Quien hace esto destruye como una bomba y él se aleja. Esto, el apóstol Santiago decía que era la virtud tal vez más difícil, la virtud humana y espiritual más difícil de tener, aquella de dominar la lengua. Si me viene por decir algo contra un hermano o una hermana, lanzar una bomba de habladurías, muérdete la lengua, ¿eh? ¡Fuerte! Terrorismo en la comunidad, ¡no! “¿Pero padre, si hay algo, un defecto, algo que corregir? – Tú lo dices a la persona: tú tienes esta actitud que me fastidia o que no está bien o que no es conveniente – porque a veces no es prudente – tú lo dices a la persona que lo puede remediar, que puede resolver el problema y a ningún otro, ¿entendido? Las habladurías no sirven. ¿Pero en el capítulo? Ahí sí, en público todo lo que sientes que debes decir, porque existe la tentación de no decir las cosas en el capítulo y luego afuera: ¿Has visto a la superiora? ¿Has visto a la abadesa? ¿has visto al superior? ¿Por qué no lo has dicho ahí en el capítulo? Eh, no tienes el derecho. ¿Es claro esto?
¡Son virtudes de proximidad! Y los santos tenían esto: los Santos consagrados tenían esto. Santa Teresa del Niño Jesús jamás, jamás se ha lamentado del trabajo, del fastidio que le daba esa religiosa que debía llevar al comedor, todas las tardes: de la capilla al comedor… ¡Jamás! Porque la pobre religiosa era muy anciana, casi paralitica, caminaba mal, tenía dolores – también yo la entiendo – también un poco neurótica… Jamás, jamás ha ido donde otra religiosa a decir: “¡pero esta como da fastidio!”. ¿Qué cosa hacia? La ayudaba a acomodarse, le llevaba la servilleta, le partía el pan y le hacía una sonrisa. Proximidad se llama esto. ¡Proximidad! Si tu lanzas la bomba de una habladuría en tu comunidad, esto no es proximidad: ¡esto es hacer la guerra! Esto es alejarte, esto es provocar distancias, provocar anarquismos en la comunidad. Y si, en este Año de la Misericordia, cada uno de ustedes logrará no hacerse el terrorista de habladurías, sería un éxito en la iglesia, un ¡suceso de grande santidad! ¡Anímense! La proximidad.
Y luego la esperanza. Y les confieso que a mí me cuesta mucho cuando veo el disminuir de las vocaciones, cuando recibo a los Obispos y les pregunto: ¿cuántos seminaristas tiene? 4, 5. ¿Cuándo voy, a sus comunidades religiosas? – masculinas o femeninas – tienen un novicio, una novicia, dos: y la comunidad envejece, envejece, envejece. Cuando hay monasterios, grandes monasterios, y el Cardenal Amigo Vallejo puede contarnos, en España, cuantos hay, que son llevados adelante por 4 o 5 religiosas ancianas, hasta el final… Y a mí esto me provoca una tentación que va contra la esperanza. “Pero Señor, ¿qué cosa sucede? ¿por qué el vientre de la vida consagrada se hace tan estéril? Algunas congregaciones hacen el experimento de la inseminación artificial: ¿qué cosa hacen? Reciben: si ven, ven, ven… Y luego los problemas que hay ahí adentro… ¡No! Se debe recibir con seriedad! Se debe discernir bien si esta es una verdadera vocación y ayudarla a crecer. Y creo que contra la tentación de perder la esperanza, que nos da esta esterilidad, debemos rezar más. Y rezar sin cansarnos.
A mi hace tanto bien leer ese pasaje de la escritura, en la cual Ana – la mamá de Samuel – rezaba y pedía un hijo: y rezaba y movía sus labios y rezaba… – Y el viejo sacerdote que era un poco ciego y que no veía bien, pensaba que estaba ebria. Pero el corazón de aquella mujer: “¡Quiero un hijo!”. Yo les pregunto a ustedes: ¿sus corazones, ante este disminuir de las vocaciones, reza con esta intensidad? Nuestra congregación tiene necesidad de hijos, nuestra congregación tiene necesidad de hijas… El Señor que ha sido tan generoso no faltará a su promesa. Pero debemos pedirlo. Debemos tocar la puerta de su corazón. ¡Porque hay un peligro! Y esto es feo, pero debo decirlo. Cuando una congregación religiosa ve que no tiene hijos y sobrinos y comienza a ser más pequeña y más pequeña, se apega al dinero. ¡Y ustedes saben que el dinero es el estiércol del diablo! Cuando no pueden tener la gracia de tener vocaciones e hijos, piensan que el dinero salvara la vida y piensan en la vejez, que no me falte esto, que no falte este otro… ¡Y así no hay esperanza! La esperanza solo en el Señor. El dinero no te la dará jamás. Al contrario: ¡te tirará abajo! ¿Entendido?
Esto quería decirles, en vez de leer las notas que el Cardenal Prefecto les dará luego…
Y les agradezco mucho por todo lo que hacen. Los consagrados – cado uno con su carisma – y quiero subrayar las consagradas, las religiosas: ¿qué sería de la Iglesia si no existirían las religiosas? Esto lo he dicho una vez: cuando tú vas al hospital, a los colegios, a las parroquias, en los barrios, en las misiones, hombres y mujeres que han dado su vida… En el último viaje en África – esto lo he contado, creo, en una audiencia – he encontrado a una religiosa de 83 años, italiana: ella me ha dicho: “desde cuando tenía, no recuerdo si me ha dicho 23 o 26 años que estoy aquí. Soy enfermera en un hospital – pensemos desde los 26 años hasta los 83 – y he escrito a los míos en Italia que ¡no regresare jamás!”. Cuando tú vas a un cementerio y ves que hay muchos misioneros religiosos muertos y tantas religiosas muertas a 40 años porque se han enfermado, estas fiebres de estos países, han quemado sus vidas… Tú dices: “¡Estos son santos! ¡Estos son semillas!”. Debemos decir al Señor que baje un poco sobre estos cementerios y vea que cosa han hecho nuestros antepasados y nos dé más vocaciones, porque tenemos necesidad.
Les agradezco mucho por esta visita, agradezco al Cardenal Prefecto, al Mons. Secretario, a los sub secretarios por aquello que han hecho en este Año de la Vida Consagrada. Pero, por favor, no se olviden la profecía de la obediencia, la cercanía, el prójimo es más importante, el prójimo más próximo es el hermano y la hermana de la comunidad, y luego la esperanza. Que el Señor haga nacer hijos e hijas en sus congregaciones. Y recen por mí. Gracias.
Fuente: Radio Vaticana
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