15/06/2016 – A un corazón duro que elige abrirse con “docilidad” a su Espíritu, Dios siempre da la gracia y la “dignidad” para volverse a levantar, realizando, “si fuera necesario”, un acto de humildad. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, al comentar el pasaje bíblico de la conversión de San Pablo.
Tener fervor por las cosas sagradas no quiere decir tener un corazón abierto a Dios. El Papa Francisco puso el ejemplo de un hombre fervoroso en la fidelidad a los principios de su fe, Pablo de Tarso, pero con el “corazón cerrado”, totalmente sordo a Cristo, es más, “de acuerdo” con exterminar a sus secuaces hasta el punto de hacerse autorizar a encadenar a quienes vivían en Damasco.
Todo sucede precisamente a lo largo del camino que lo lleva a esta meta y la de Pablo – afirmó el Papa – se convierte en la “historia de un hombre que deja que Dios le cambie el corazón”. Pablo es envuelto por una luz potente, oye una voz que lo llama, cae y se vuelve ciego momentáneamente. “Saulo el fuerte, el seguro, estaba por el suelo, comentó Francisco. Y subrayó que en esa condición, “comprende su verdad, que no es “un hombre como Dios quería, porque Dios nos ha creado a todos nosotros para estar de pie, con la cabeza alta”. Sin embargo, la voz del cielo no dice sólo: “¿Por qué me persigues?”, sino que invita a Pablo a levantarse:
“‘Levántate y te será dicho’. Tu debes aprender aún. Y cuando comenzó a levantarse no podía, porque se dio cuenta de que estaba ciego: en aquel momento había perdido la vista. ‘Y se dejó guiar’: comenzó, el corazón, a abrirse. Así, guiándolo de la mano, los hombres que estaban con él lo condujeron a Damasco y durante tres días permaneció ciego y no tomó alimento ni bebida. Este hombre estaba por el suelo, pero entendió inmediatamente que debía aceptar esta humillación. Precisamente el camino para abrir el corazón es la humillación. Cuando el Señor nos envía humillaciones o permite que vengan las humillaciones es precisamente para esto: para que el corazón se abra, sea dócil, [para que] el corazón se convierta al Señor Jesús.
El corazón de Pablo se ablanda. En aquellos días de soledad y ceguera, cambia su vista interior. Después Dios le envía a Ananías, que le impone las manos y los ojos de Saulo vuelven a ver. Pero hay un aspecto en esta dinámica que – afirmó el Pontífice –, se debe tener muy en cuenta:
“Recordemos que el protagonista de estas historias no son ni los doctores de la ley, ni Esteban, ni Felipe, ni el eunuco, ni Saulo… Es el Espíritu Santo. Protagonista de la Iglesia es el Espíritu Santo que conduce al pueblo de Dios. E inmediatamente se le cayeron de los ojos como dos escamas y recuperó la vista. Se levantó y fue bautizado. La dureza del corazón de Pablo – Saulo, Pablo – llega a ser docilidad al Espíritu Santo”.
“Es bello – concluyó diciendo el Obispo de Roma – ver cómo el Señor es capaz de cambiar los corazones” y hacer que “un corazón duro, terco, se transforme en un corazón dócil al Espíritu”:
“Todos nosotros tenemos durezas en el corazón: todos nosotros. Si alguno de ustedes no las tiene, levante la mano, por favor. Todos nosotros. Pidamos al Señor que nos haga ver que estas durezas nos echan al piso. Que nos envíe la gracia y también – si fuera necesario – las humillaciones para que no permanezcamos en el piso y levantarnos, con la dignidad con la que nos ha creado Dios, es decir, la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu Santo”.
Fuente: Radio Vaticana
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