La riqueza, una seguridad que nos quita alteridad

jueves, 21 de marzo de 2019
image_pdfimage_print

Catequesis en un minuto


Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día hacía espléndidos banquetes.  A su puerta, cubierto de llagas, yacía un hombre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico y hasta los perros iban a lamer sus llagas.  El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.  El rico también murió y fue sepultado.  En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro junto a él.  Entonces exclamó:  “Padre Abrahán ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en la lengua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.  “Hijo mío”, respondió Abrahán, “recuerda que has recibido tus bienes en vida, Lázaro en cambio recibió males. Ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieran pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo. Y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó:  “Te ruego entonces padre que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, que él prevenga.  No sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”.  Abrahán respondió:  “Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”.  “No padre Abrahán”, insistió el rico, “si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”.  Abrahán respondió:  “Si no escuchan a Moisés y los profetas, aunque resucite algunos de entre los muertos, tampoco se convencerán.”

Lc. 16, 19 – 31

Cuando uno cree que lo tiene todo, en términos materiales, que ya nada nos falta, entonces comienza a cerrarse en un mundo de necesidades muy aprisionante, que impiden ver las necesidades de los demás. No hay otros, somos nosotros, y nuestro mundo un tanto reducido.

La dinámica del tener, que es la lógica de la sociedad de consumo, viene a tapar huecos afectivos desde una consigna unívoca. En un solo sentido quiere decir, somos lo que tenemos. Y lo que tenemos pasa a ser nuestro gran ídolo, nuestro gran dios. Sos, si tenés. Si tenés, pertenecés. Si no tenés, no sos, no pertenecés. Y si no pertenecés estás excluido.

La exclusión, en la sociedad contemporánea, viene de la mano de la no posesión de los bienes materiales. Una sociedad materialista y consumista como la nuestra ha constituido a estos dos valores, el tener y el poseer bienes materiales como el gran dios. Sobre ese lugar trabaja la sociedad de consumo, con su discurso de tener como lo que nos genera placer, y el placer como lo que nos da felicidad.

Analicemos lo que es la publicidad, en una publicidad claramente se invita a comprar. Y siempre en la búsqueda de la compra se moviliza el mensaje que se envía a una parte de la persona, que tiene necesidad de equilibrar su contrapeso. Homeostasis le llama esto a este fenómeno, la ciencia psicológica. Es decir, cuando nosotros tenemos un desequilibrio de algún punto, en términos afectivos, hay que equilibrar con la llegada de lo que viene a generar contrapeso y poner las cosas más o menos en su lugar.

Cuando nos venden un producto, lo primero que nos dicen es que nos falta algo para ser totalmente felices, y esto que se nos ofrece viene a completar ese espacio vacío. Y eso que comprás vendría a ser como lo que establece la felicidad desde un placer, que se vincula rápidamente a un estar en compensación. Es un poquito limitado, es una mirada un poco reductiva de la felicidad. Al menos como la entendemos nosotros, como una realidad que trasciende y que va mucho más allá aún de las circunstancias dolorosas.

Se puede ser feliz, dice Jesús, en medio de persecuciones. Se puede ser feliz, en medio del dolor y del llanto, del hambre, de la pobreza, de los insultos. Se puede ser feliz, mientras se trabaja y se lucha por conseguir la paz. Entonces, no es el placer la felicidad, ni es este equilibrio de fuerzas, que pone las cosas más o menos compensadas dentro de nosotros.

Catequesis completa