La complementariedad en el vínculo matrimonial

lunes, 23 de julio de 2012
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Feliz día del amigo para todos! Hoy nos acercamos a vos para renovar nuestro vínculo de amistad que nace de la vocación que Jesús nos ha regalado de entregar con él lo mejor que somos y lo que tenemos, sabiendo que, quién da la vida por los amigos no pierde lo que entrega sino que lo multiplica. Y así ha sido la señal de esta Radio hermana y amiga, que en su ofrenda y entrega de todos los días se ha multiplicado por toda la Argentina, sembrado este don del cielo, esta gracia de amistad con la que Dios bendice al pueblo argentino a través de María, amiga, presencia misteriosa a través de la Radio.

 

Un saludo grande a todos los que se suman en este momento, que en la amistad de Jesús crezca nuestro vínculo y veamos multiplicarse esta señal mariana por toda la República Argentina celebrando y cultivando el don de la fraternidad, el don de la amistad.

Aún cuando no nos conocemos nos sentimos unos en otros, esa es la amistad, una presencia de una misma alma en la diversidad de personas, una misma alma es la que nos hermana, es el alma de María que nos trae a Jesús a través de la señal de su Radio. En ella sentimos la hermandad, la fraternidad, la amistad que Dios nos ofrece.

 

Si como decía San Agustín: “la amistad es un alma en dos cuerpos” cuánto se espera entonces del vínculo matrimonial, hoy vamos a compartir la perspectiva del sacramento del matrimonio en la dimensión de relación de alianza en la amistad, la amistad es un alma en dos cuerpos, el sacramento de la alianza celebrado en el matrimonio como complementariedad entre el hombre y la mujer, según Dios lo quiere en su designio de amor está llamado a ser la presencia de un misterio de comunión donde formen los dos una sola carne.

 

Como compartíamos días pasados la Eucaristía es la fuente y el lugar término de toda gracia que los hombres recibimos. Cristo Jesús en el pan eucarístico es la fuente de toda gracia y de todo sacramento. Es también el término de toda la vida del que en Cristo quiere vivir en plenitud. Por lo tanto también el matrimonio cristiano nace de este lugar y a ese lugar tiende, al lugar de la comunión en Cristo Jesús.

 

Ayer decíamos que el matrimonio es un vínculo en tres partes, entre él, ella y Cristo. Este Cristo en medio quiere de una manera particular estar presente en el hecho eucarístico. Por el camino de la reconciliación en Cristo, el matrimonio celebra el ser vínculo de alianza y amor en términos eucarísticos.

 

En el rito latino, la celebración del matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo. En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unió para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó.

Así nos enseña la Lumen Gentium 6, si hay un lugar donde el vínculo de alianza entre Cristo y su pueblo nuevo se manifiesta con claridad es en el vínculo matrimonial y por lo tanto la celebración eucarística se convierte en un elemento clave, desde los orígenes, durante el camino y hasta el término del camino.

 Es conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente en el Sacrificio Eucarístico, y recibiendo la Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo, "formen un solo cuerpo" en Cristo.

 

Si el hombre y la mujer están llamados a constituirse en la complementariedad del vínculo en una misma carne y en términos de amistad “como un alma en dos cuerpos”, esto se acrecienta cuando el hombre y la mujer ven fortalecido ese vínculo en Cristo, superando las diferencias, las dificultades propias del andar con otro, alentándose mutuamente en el camino, estrechando la mano y el corazón para ir hacia adelante mucho más allá de las tentaciones que aparecen en la relación del vínculo matrimonial, con todas las exigencias que la vida cotidiana tiene hoy por hoy para esta relación llamada a ser “única” y la más fuerte que existe en el ámbito de la vida de la familia cuando un hombre y una mujer se deciden a compartir la vida para siempre en términos de complementariedad hasta ser uno en el otro.

Si el hombre y la mujer tienen esta vocación de ser uno en el otro, ningún lugar mejor para constituir esta unidad que en el vínculo matrimonial celebrado en términos eucarísticos.

 

En cuanto gesto sacramental, la celebración del matrimonio debe ser por sí misma válida, digna y fructuosa, sin embargo cuando se celebra en medio de la Eucaristía adquiere una significación particular. Se recomienda siempre que la relación con Cristo que le da consistencia a la unidad en el vínculo, se renueve y se abra a las gracias que Dios quiere regalar en el ámbito del matrimonio por el camino de la reconciliación y de la penitencia, por el camino de la confesión de los pecados.

Siempre aparecen en el vínculo interferencias, dificultades para que la relación alcance la perfección con la que Cristo quiere que celebremos el ser uno en el otro. Esas interferencias las liberamos cuando nos hacemos eco del Señor en la misericordia y el sacramento del perdón se debe traducir después en el saber mirarnos y contemplarnos misericordiosamente, aceptando las limitaciones y los defectos, las caídas y las recurrencias en esas mismas caídas. Una mirada paterna o materna misericordiosa hace falta en este vínculo que está llamado a ser de una manera distinta de la relación paterna y materna pero que la supone en cuanto a presencia de Dios que en la misericordia abraza la limitación, la dificultad, la fragilidad y la caída que uno de los miembros del vínculo puede tener, y de hecho tenemos todos los seres humanos.

Entonces el misterio de la Eucaristía y el misterio de la Reconciliación en el vínculo matrimonial son un ingrediente clave a la hora de aspirar a la vocación a la que Dios llama cuando invita al vínculo matrimonial.

 

Misterio de comunión, misterio de unidad, los dos llegan a ser una sola carne, dirá Adán, “está sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” Eva dice lo mismo. El hombre y la mujer cuando se encuentran en la vocación matrimonial, en el vínculo constituido, se reconocen uno en el otro.

 

Hoy te pregunto esto: ¿Qué de tu esposo, o qué de tu esposa en ese vínculo de amor y de amistad complementa lo que sos? Y ahí es bueno reconocer en el otro lo que tiene que me falta pero que pasa a ser mío gracias al vínculo, lo que tengo y lo que le falta que pasa a ser suyo gracias al vínculo. ¿Qué hay del otro en el vínculo que hace que sea complementario a mí ser? Y ¿qué hay de mí que aporto en el vínculo que lo hace complementario al otro?

 

La complementariedad en el vínculo matrimonial para constituirse en una sola carne, el hombre y la mujer dicen reconocerse en el otro.

 

La consigna para el día de hoy es:

 

¿Qué rasgos de tu esposo o esposa aportan a la complementariedad en el vínculo?

 

Hasta que se llega a decir desde lo profundo del vínculo, éste sí que me pertenece, ésta sí que me pertenece, como dice la palabra en boca de Adán, ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.

 

Toda vocación, y también la del matrimonio supone una llamada y una respuesta. En la vocación a la vida cristiana Dios es el que llama en Cristo al camino discipular por la gracia bautismal que reactualizada en el estado de vida que uno elige y que Dios le pide como misión se va fortaleciendo en el peregrinar. Esa respuesta que está llamada a ser un sí discipular se acrecienta y el cristiano mientras va avanzando en el seguimiento de Jesús, va fortaleciendo su vocación y misión a partir de este vínculo, llamada y respuesta.

 

En la vida consagrada esto también acontece, Dios que llama al que es llamado a entregarse todo en Cristo para ser de todos sin ser de nadie en particular, también va dando respuestas progresivamente a un itinerario de seguimiento de Dios en la vida consagrada y entonces su sí se va haciendo concreto según sean las exigencias propias que en el camino de la vida consagrada van apareciendo en el hecho vocacional.

 

En el matrimonio también, solo que tiene la particularidad de que la llamada que Dios hace al vínculo, lo hace a través del otro. Del otro que viene a hacer escuchar la voz de Dios que me invita a ser uno con ese otro para que en Cristo unirnos y proyectar esa unión común en él, para ser uno en él con otro.

La vocación a la vida matrimonial es una llamada que Dios me hace hacia él a través de ella, hacia Cristo a través de él. Esta llamada invita a encontrar en el corazón del que es convocado una respuesta libre, ser libre para decir sí, ser libre no obrar por coacción; ser libre  no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.

 

La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio". Un sí que se va preparando en el noviazgo, que en el sacramento encuentra su punto de madurez y su punto de partida para una serie de “sí” que hay que ir dando a la convocación de la complementariedad que Dios hace a través de esta relación. En el “sí” del vínculo está la fuerza de ser en el otro y de ser con el otro.

 

El consentimiento es "un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente": "Yo te recibo como esposa" — "Yo te recibo como esposo"  y prometo serte fiel amándote y respetándote para siempre. Es el consentimiento en el vínculo donde la fidelidad se construye y al mismo tiempo es desde allí donde la complementariedad se va configurando hasta que uno y otro se vean en el otro, hasta como dice en Génesis 2,24, "vienen a ser una sola carne".

El consentimiento está precedido por la madurez del vínculo que comienza a gestarse en el noviazgo que se celebra en el hecho sacramental y se prolonga en la construcción de ese vínculo por un gesto sostenido de una voluntad libre durante toda la vida, libre de violencia o de temor grave externo, libre de todo poder humano  que venga a coartar.

La Iglesia después de examinar la situación por el tribunal eclesiástico competente, cuando descubre que esa libertad ha estado afectada de alguna manera puede declarar "la nulidad del matrimonio", es decir, que el matrimonio no ha existido, porque el vínculo es un vínculo creado en libertad, desde un sí a una convocación que Dios hace a través del otro, de ella o de él.

Estamos en el lugar donde la llamada y la respuesta van construyendo el vínculo de complementariedad desde el sí que los esposos se dan en un acto libre y responsable y que establece un lazo de comunión, alianza matrimonial que para que tenga fundamentos humanos consistentes, sólidos y estables, la preparación es clave, y el desarrollo de ese sí también es determinante.

En este sentido el ámbito virtuoso de los matrimonios y las familias que entienden esta llamada es lo que va generando una red donde este vínculo puede crecer, desarrollarse y establecerse como el sólido fundamento de un tiempo nuevo con el que Dios viene a establecer una nueva humanidad.

Esto se construye en lo de todos los días, en el sí cotidiano. El papel de quienes tenemos la responsabilidad de acompañar la comunidad es velar para que la familia de Dios pueda construirse desde este vínculo de amor, donde los valores humanos vayan plasmándose en la relación matrimonial y familiar y desde allí esparciéndose por todas partes.

 

Hemos vivido y estamos viviendo días en la Argentina donde esto que para nosotros es connatural al ser del hombre y la mujer, desde otras miradas no lo es, y entonces la perspectiva de género y el matrimonio igualitario viene a instalar un nuevo modelo en la sociedad que quiere llevarse por delante lo que nosotros sabemos por convicción que es el proyecto que Dios tiene para la humanidad, que el hombre y la mujer se constituyan en una unión que devenga el fruto de la vida que se prolonga en las generaciones y que le dé estabilidad a ese vínculo y desde ese vínculo al acto pro creativo.

Nosotros sabemos que la complementariedad se da entre los sexos opuestos, nosotros sabemos que esa complementariedad en el vínculo para los que están llamados a la unión matrimonial es querido y proyectado por Dios pero no podemos dar por sentado que todos entienden esto, lo cual no nos hace indiferentes frente al hecho de que otros no lo entiendan sino que nos hace verdaderamente comprometidos para vivirlos con mayor plenitud y predicarlo con fuerza, sin imposiciones pero por sobre todo testimoniando que este vínculo de amor, de entrega, de fidelidad, de complementariedad fuerte con el que Dios quiere construir la nueva humanidad es el que trae escondido el tesoro para los tiempos que vendrán.

Si lo vivimos desde esa perspectiva y nos corremos del ámbito de la discusión teórica como centro de nuestra preocupación seguramente nuestro aporte de siembra a futuro estará agradeciéndonos lo que hoy podemos entregar y ofrecer. No hay que dejar el ámbito de la discusión, de la propuesta del modelo original según entendemos desde siempre Dios lo marcó como lugar desde donde hacer el vínculo, pero no podemos dejar por sobre todas las cosas de testimoniarlo. Y aquí es donde más se juega nuestro compromiso en este ámbito con la sociedad que ha perdido el horizonte respecto de la perspectiva de género y ha desviado la atención sobre la posibilidad de establecer en la misma categoría del vínculo entre un hombre y una mujer, el vínculo entre dos mujeres, el vínculo entre dos hombres. Desde nuestra mirada esto es anti natural, no lo quiere Dios así, no lo pensó Dios así para nuestra plenitud y para nuestro desarrollo. Seguramente ocurrirá en este lugar como ocurrió en otros tiempos de la historia, se desarrollen distintos modos y estilos de relaciones, sin embargo nosotros afirmamos con el catecismo de la Iglesia Católica y desde el plan creador de Dios, que el modelo está establecido según el hecho revelado por Dios entre un hombre y una mujer, llamados a entregarse el uno al otro para complementarse de manera perfecta hasta que lleguen a ser una sola carne, y uno y otro puedan llegar a decir, ahora sí siento que “esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne”.

 

Un abrazo grande, y nos encontramos para nuestro Despertar con María el próximo lunes, que tengan un hermoso día del amigo.