¿Qué es la ley moral natural? ¿Ley antigua, ley nueva?

lunes, 13 de agosto de 2012
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Estamos recorriendo, junto al Catecismo de la Iglesia Católica, los caminos por los cuales el Señor nos invita a alcanzar la plenitud y la felicidad a la que nos llama a través de las bienaventuranzas proclamadas en la montaña, donde Jesús propone el nuevo decálogo de la ley.

Hoy vamos a detenernos en el sentido de la ley desde la perspectiva cristiana, las diversas dimensiones de la ley, particularmente aquí en la Argentina que, según muchos sociólogos, se caracteriza por su poco apego de la ley. Reflexionaremos sobre el sentido, el origen, la ley natural, la ley en términos del Antiguo Testamento, del Nuevo Testamento, la perspectiva de Jesús respecto a la ley, y el lugar que el cristiano tiene de cara a la ley.

 

¿Qué es la ley?

 

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica*:

“1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. "Esta ordenación de la razón es lo que se llama la ley" (León XIII, enc. "Libertas praestantissimum" citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90,1):

 

LA LEY MORAL

 

“1950 La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas.

          El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: Animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo (Tertuliano, Marc. 2,4).”

 

¿Qué está diciendo Tertuliano? En realidad, la posibilidad de establecer una norma de comportamiento por parte del hombre en función del bien al que aspira y del fin que persigue (que viene dado por la razón, la sabiduría y la bondad que Dios pone en el corazón del hombre), solamente le compete al hombre entre todos los seres creados. Y, en este sentido, quien vive según lo que regula la moralidad, vive más humanamente.

 

“1952 Las expresiones de la ley moral son diversas, y todas están coordinadas entre sí: La ley eterna, fuente en Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley revelada, que comprende la Ley antigua y la Ley nueva o evangélica; finalmente, las leyes civiles y eclesiásticas.”

En cada una de ellas vamos a intentar detenernos para reflexionar y entresacar el valor que supone el vínculo con lo dado, lo mandado, lo establecido para nuestro comportamiento y nuestra necesaria adhesión a ello para alcanzar el bien al que aspiramos. Éste es el sentido del cumplimiento de la ley: adhiriendo de corazón, lo que hacemos es justamente ajustarnos en el camino a la consecución de lo que es mejor para nosotros en el aquí y ahora en función de nuestra plenitud.

 

          LA LEY MORAL NATURAL

 

“1954 El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira.

          La ley natural está escrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres )…”

Al estar inscripta en el corazón del hombre por ser hombre, cada uno puede claramente distinguir desde dentro de sí mismo lo que está bien, lo que está mal, lo que es verdad, lo que es mentira. Es como que salta a la vista. Uno puede decir que el ambiente en el que nace y vive le influye en su modo de comprender la realidad y esto de que se puede dar cuenta de qué es bien, qué es mal, qué es verdad, qué es mentira no correspondería tanto a la realidad tal cual lo acabamos de definir. Yo diría: sí y no. Sin duda, los condicionamientos sociales de la convivencia hacen que esta verdad que acabamos de afirmar tenga sus matices a la hora de establecerlo, pero uno lo puede comprobar en la práctica: cuando en un ambiente oscuro, de mentiras y de cosas que no están del todo bien ordenadas, aparece un niño y -como se dice de ellos, al igual que de los pasados en copa- siempre dice la verdad. Y lo que no se espera, sale a la vista. El niño habla y el padre y la madre no saben cómo hacerlo callar, porque delata lo que estaba escondido, porque hay como una cierta connaturalidad en el vínculo con el bien y la verdad. Esta ley natural es la que a veces se pierde o debilita en la convivencia social, porque la cultura comienza a establecer nuevos códigos de relación, desdibujando lo que está bien y lo que está mal. Es más: es tal el grado de trastoque que ocurre, que comenzamos a llamar mal a lo que está bien, y bien a lo que está mal. Pongo un ejemplo concreto: hoy por hoy, la persona que es humilde, no está bien; y la persona que es soberbia está bien (el ganador, el tipo que se lleva por delante el mundo, el exitoso, el que le salen todas, el que las tiene todas consigo). En cambio la persona humilde, sencilla, trabajadora, que todos los días sale a buscar con esfuerzo el pan para la mesa familiar, no siempre es el que la sociedad termina por reconocer como la persona a tener más en cuenta y a ponderar. Esto porque ha habido un trastoque en los códigos de convivencia.

 

¿Cuándo la ley natural alcanza su grado de verdadero ajuste a lo que Dios estableció como bueno y malo en el interior, en el corazón? Cuando en realidad hay una conciencia de un orden superior, establecido por esta Sabiduría de Dios que nos asiste. Sin ella, la ley natural como tal tiende a desdibujarse o perderse.

“1955 (…) La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación (S. Tomás de Aquino, dec. praec. 1).”

Y es bueno que entremos en contacto con ello siempre. En la práctica cotidiana, el examen del día es saludable para que uno pueda sintonizar, desde dentro de sí mismo -a la hora de vincularse con la realidad siempre muy compleja de la convivencia social- cómo y de qué manera elije el camino. Esto que la Palabra claramente dice: yo pongo delante de ti dos caminos, elige: el camino de la salvación o el camino de la perdición. El ejercicio de la libertad siempre es un ejercicio inevitable para nosotros. Lo que debemos hacer es ejercerlo con el mayor grado de liberación de nuestra propia libertad. Y esto se da cuando elegimos bien el bien.

 

La capacidad de elegir en nosotros surge del encuentro con una realidad que nos invita a eso, es connatural a nuestro ser. Somos creados en libertad, el ejercicio de la libertad se acrecienta en el mismo hecho de elegir y la elección ocurre en el momento en que la alternativa del camino se nos ofrece delante de nosotros. De allí que la decisión que hacemos y que tomamos deviene de un acto de ejercicio interior que ha sido provocado por una realidad que nos llama a la elección.

 

LA LEY ANTIGUA

 

La ley en cuanto tal tiene la posibilidad de revelarnos el camino, es pedagoga. Así aparece la Ley antigua, revelada por Dios a Moisés.

Dice el Catecismo:

“1961 Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en el interior de la Alianza de la salvación.”

La ley promulgada en el monte Sinaí viene a despertar la ley natural que Dios grabó en nosotros cuando nos creó.

 

“1962 La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohiben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:

          Dios escribió en las tablas de la ley lo que los hombres no leían en sus corazones (S. Agustín, Sal. 57,1).”

 

La ley antigua tiene otras perspectivas:

“1963 Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7,12), espiritual (cf Rm 7,14) y buena (cf Rm 7,16) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf Gal 3,24) muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de servidumbre.”

En este sentido, como dice Pablo, la ley es ocasión de pecado: al no ser plena en su acompañamiento de gracia para el cumplimiento de lo dado, la ley antigua se queda a mitad de camino en el precepto, salvo que se abra a la consecución de gracia con la que la ley perfecta, la nueva, viene a secundar el camino que nos muestra lo que está marcado dentro de nosotros mismos como lo bueno a alcanzar y lo malo para evitar.

 

“Según S. Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una "ley de concupiscencia" (cf Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.”

 

Al revelar nuestra fragilidad, nos pone de cara a la ley nueva y a la expectativa de su llegada, que ya está profetizada en el Antiguo Testamento: Yo les daré un nuevo código de ley en sus corazones, la voy a escribir y no como sobre tablas de piedras, sino en su propio interior, a fuego. Y habla de la presencia de Jesús y de la venida del Espíritu Santo como Aquellos que verdaderamente nos permiten alcanzar lo bueno y lo que más conviene y evitar lo que nos hace daño.

 

“1964 La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. "La ley es profecía y pedagogía de las realidades venideras" (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes los "tipos", los símbolos para expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los Cielos.

          Hubo…, bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual "la caridad es difundida en nuestros corazones" (Rm 5,5) (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 107,1 ad 2).”

 

¿Qué está diciendo Santo Tomás? Esto del sentido pedagógico de la antigua ley. El Decálogo nos muestra el camino por donde ir. La ley nueva -que de alguna manera ya está presente en la antigua-, viene en plenitud en el Espíritu Santo a llevarnos a la consecución definitiva de lo que está mandado y a superarlo. Por eso, la razón de ser de la ley nueva viene a mostrar el sentido original de la ley antigua y a mostrar la novedad que trae Jesús

 

          LA LEY NUEVA O LEY EVANGELICA

 

En el capítulo 5 del Evangelio según San Mateo esto está sintéticamente dicho cuando casi en muletilla plantea a ustedes se les dijo (y no está mal lo que se les dijo, era lo que podían entender en aquel momento) … pero Yo les digo (y lo que Yo les digo supera lo que se les dijo).

Entonces podemos hablar de una progresión en el crecimiento de la ley: a ustedes se les dijo … pero Yo les digo… La ley antigua prepara a la ley nueva, la ley evangélica.

 

“1965 La ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por Él viene a ser la ley interior de la caridad: "Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva…pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Hb 8,8-10; cf Jr 31,31-34).

 

Es el Espíritu el que la graba a fuego en nuestros corazones. Por eso, encontrar el rumbo en lo que se nos da como posibilidad de elección en nuestra vida es vincularse en el Espíritu.

 

“1966 La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Obra por la caridad (…).”

 

La caridad es la que marca el rumbo. Por eso el Espíritu, que obra en la caridad y nos lleva por el camino de la ley nueva, es en realidad el que viene a establecer la alianza. A la nueva alianza la realiza el Espíritu en nosotros y la ejercemos por la caridad. Cuando Jesús va a decir cuál es el nuevo lugar donde el pueblo de Dios celebra el pacto de alianza con Él, dice que es por el mandamiento del amor.

 

          “El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de S. Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana… Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana (S. Agustín, serm. Dom. 1,1):

 

 

Así como Moisés lo pronunció en el monte, así también Jesús lo pronuncia en la montaña, como diciendo ahora, acá, está el nuevo código de convivencia.

 

“1967 La Ley evangélica "da cumplimiento" (cf Mt 5,17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las "Bienaventuranzas" da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al "Reino de los Cielos". Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.”

 

En realidad esto de los dos caminos aparece muy claramente, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, en momentos en que la ley evangélica entraña una elección decisiva entre ir por un lado o ir por el otro. Porque si hay un lugar donde se ve con claridad que no hay posibilidad de ir por dos caminos al mismo tiempo es a partir de la propuesta de Jesús, que nos va guiando por un camino que se hace estrecho. No estrechez de criterios, porque la propuesta de Jesús es muy amplia, sino en cuanto a la exigencia que deviene de la propuesta de Jesús. Toda la ley evangélica está contenida en un solo lugar. Es como que Jesús la simplifica con el mandamiento nuevo: amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

 

“1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre "los dos caminos" (cf Mt 7,13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7,21-27); está resumida en la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la Ley y los profetas" (Mt 7,12; cf Lc 6,31).

          Toda la Ley evangélica está contenida en el "mandamiento nuevo" de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a los otros como él nos ha amado (cf Jn 15,12).

1971 Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis moral de las enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina trasmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo. "Vuestra caridad sea sin fingimiento… amándoos cordialmente los unos a los otros… con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad." (Rm 12,9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5-10).

 

Amar en cordialidad, en alegría y en esperanza, con constancia en los momentos de la prueba, amar siendo perseverantes, manteniéndose firmes en la oración, compartiendo con los que más necesitan y practicando el espíritu de la hospitalidad. Amar es el camino que nos pone en sintonía con la ley definitiva, la nueva alianza que Jesús ha venido a dejarnos en medio nuestro.

 

Padre Javier Soteras

 



* De aquí en adelante, lo que está entre comillas es cita textual del Catecismo de la Iglesia Católica.