Dejarse habitar por el amor de Dios

martes, 16 de septiembre de 2008
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Señor, tú me sondeas y me conoces, tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares.  Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente; me rodeas por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí; una ciencia tan admirable me sobrepasa: es tan alta que no puedo alcanzarla.  ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?.  ¿A dónde huiré de tu presencia?. Si subo al cielo, allí estás tú; si me tiendo en el Abismo, estás presente.  Si tomara las alas de la aurora y fuera a habitar en los confines del mar, también allí me llevaría tu mano y me sostendría tu derecha.  Si dijera: "¡Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi alrededor!", las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche sería clara como el día.

Salmo 139

El deseo, decíamos ayer, crece en nosotros en la medida de que caemos en la cuenta de cuanto Dios nos desea. Aquello que dice el profeta Jeremías cuando habla de lo que Dios hizo con el me sedujiste Señor y me dejé seducir. Está hablando de que su capacidad de ir hacia donde Dios le invitaba a ir tenía que ver de aquella iniciativa primera, del deseo que Dios tenía por el corazón de éste profeta como lo tiene de cualquiera de nosotros. Este Dios en el que nosotros creemos nos anhela, nos desea, nos busca incesantemente.

A partir de éste encuentro con su deseo, con su querer y su amor por nosotros se acrecienta, lo que compartíamos ayer, esa connaturalizad de la que habla Santo Tomás de Aquino cuando habla del modo de contacto que se establece con lo sobrenatural a partir de la fuerza del amor que es la única, dice Víctor Manuel Fernández, teólogo argentino, capaz de establecer vínculo con el misterio. Este deseo y anhelo de Dios por nosotros es lo que nos hace anhelar y desear estar junto a El.

En el texto del Evangelio del Domingo que vamos a celebrar cuando Jesús habla de si mismo y el misterio de la cruz dice: cuando yo sea puesto en lo alto por la fuerza del amor en la cruz como el lugar de mayor ofrenda de la vida atraeré a todos hacia mi ¿ que es lo que atrae? Atrae el amor. El amor de Dios que nos desea profundamente es el que nos lleva hacia donde El está. Es desde éste amor desde donde tenemos que interpretar el Salmo que acabamos de rezar Tu Señor lo conoces todo, tu sabes cuando me acuesto, cuando me levanto. No ha llegado a mi boca la palabra y tu Señor ya la sabes, tu me penetras.

Ayer estuve con Gabriela, una amiga nueva, que he encontrado por el camino a la que estuve visitando en su enfermedad. Está postrada desde hace un tiempo. Es una joven de 40 años. Yo pensaba cuantas personas como ella que escuchan la radio, que están sin movilidad, muy dependientes de otros, que están pasando por un momento de cierta limitación en el ejercicio de su libertad al menos de acción. Sin embargo si nosotros tuviéramos conciencia más clara de que Dios nos habita, de que el penetra todo nuestro ser, seguramente aun en esas dificultades propias de la salud, cuando nos visita la enfermedad cono en el caso de Gabriela, nosotros podemos crecer en una hondísima libertad que da el que es todo, Dios que nos habita en lo más profundo de nuestro ser. No hay que tenerle miedo a ésta mirada de luz porque el Señor no mira con juicio, mira con cariño, más que el que nosotros tenemos por nosotros mismos. Nos