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En esto, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, se puso a decir primeramente a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de conocerse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad será oído a la luz, y lo que hablasteis en voz baja en las habitaciones privadas será proclamado desde los terrados.
“Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os diré a quién debéis temer: temed a Aquél que, después de matar, tiene poder para arrojar a la Gehenna. Sí, os lo repito: temed a Ése.
“¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, de ninguno de ellos se olvida Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos.”
El Señor, que confronta una vez más con escribas y fariseos, invita a los discípulos a esa misma actitud de confianza y de no amedrentarse ante el poder de ellos, diciéndoles que tengan cuidado, que se cuiden de esa levadura que hace tanto daño, la de la hipocresía que anida en el corazón fariseo. Y al mismo tiempo, que sepan que todo lo que estaba oculto detrás de las máscaras que esconden la voracidad el espíritu fariseo va a ser puesto al descubierto.
Por lo demá