El sentimiento de la impotencia

martes, 31 de marzo de 2009
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A veces pasamos muy rápido la página de la impotencia, buscamos ansiosamente soluciones magistrales o mágicas y entonces caemos una y otra vez en la cuenta de que estas respuestas no funcionaron, estas soluciones tampoco, y esa actitud un poco maníaca, muy ansiosa de negar las impotencia, que la verdad es un sentimiento muy desagradable lo definíamos como estrechez, como angustia, como sin salida, como una experiencia muy desagradable de la cual obviamente intentamos huir hacia cualquier lado. Pero lo primero es aceptar la impotencia como experiencia. Y creo que en Jesús, lo mismo que en la Biblia el pueblo que ha relatado su historia en el Antiguo testamento, vamos a encontrar respuestas muy sabias de cuando tanto Jesús como el pueblo ha tenido que aprender a aceptar el “Hasta aquí llegué. No puedo más “

Pero comencemos por los caminos humanos, caminos frente a la impotencia, para después abordar los caminos trascendentes y religiosos, que muchas veces son los que aportan soluciones. Pero para que estos caminos religiosos y trascendentes a veces sean efectivos, hay que disponer el corazón de una manera previa para poder recibir esta gracia. Por ejemplo: para recibir la gracia del perdón (porque lo dicen muchos: desde el plano psicológico, desde el plano religioso, el perdón es un don, una gracia, pareciera que no es natural al corazón humano perdonar, al menos, las heridas fuertes), es necesario primero una etapa de im-perdón. Cuando la impotencia viene de un daño que nos han hecho otras personas, cuando las personas se sienten impotentes ante otras, no son capaces de defenderse ante el cónyuge, ante el jefe, ante el compañero de trabajo que los hiere, ante el padre, ante la madre, sienten que se encuentran a merced, por las causas que sean, porque se experimentan atados, no pueden salir de ese lugar, porque alguna amarra rompen: puede ser el trabajo, puede ser un vínculo. En fin: se sienten impotentes y siguen experimentando heridas que las personas le siguen causando. No hay medicina más primaria que el furor, la rabia, el enojo, la agresividad: es la fuerza para distanciarme del otro que me ha herido para echar de mí al otro que me está hiriendo, que de alguna manera lo experimento como “encima”, oprimiéndome. El principio fundamental con personas que me hieren o que me determinan es que el otro tiene sobre mi el poder que yo quiero concederle. Es difícil pensar en eso, pero conviene hacerlo. El otro tiene poder sobre mí porque yo se lo estoy dando. Difícilmente podré impedir que yo reaccione con sensibilidad cuando una persona me ofende, pero es decisión mía estar cavilando todo el día sobre eso y dándole vueltas a mi herida. Si me sumerjo en mi disgusto o me distancio de él, eso está al alcance mío. Ese degustar mi disgusto, es entregarme a una fuerza que aparentemente es negativa pero en el fondo es positiva, porque me está impulsando a cambiar algo. Le tenemos mucho miedo a la rabia, al enojo, y en realidad son fuerzas naturales que están en nuestra psiquis y que buscan expulsar, sacar, poner lejos nuestro, una situación que me está lastimando, que me está haciendo daño. Entonces el disgusto es una fuerza para distanciarme del otro, para arrojarle al menos internamente fuera de mí, para prohibirle internamente entrar en mi casa. Yo “me prohíbo” andar cavilando constantemente sobre el otro en mi propia mente, en mi habitación, en mi casa. Le digo “no tenés lugar en mi mente”, no le concedo el honor de dejarle que me eche a perder la cena, el sueño, de dejarle que me amargue las aguas en el desierto. Y de mí depende sentirme impotente ante el otro o el liberarme del poder del otro distanciándome o echándole de mi corazón.

Por eso que el perdón no solamente es una gracia, sino que también es un proceso de liberación definitiva. Es el culmen, el broche final de la liberación definitiva del poder que otra persona tiene sobre nosotros. Pero ese proceso muchas veces es necesario que pase por un proceso de im-perdón. Y hay que tratar de infundirse valor para entrar en contacto con el propio furor que nos lleva a echar de nuestra casa interior a quien nos hiere permanentemente o que nos lastima en nuestra dignidad.

Muchas personas no se pueden permitir esta etapa. Experimentan inmediatamente un sentimiento de mucha culpa o algo así. Es que tenemos mucho discurso sobre el perdón, y muy poco sobre esta pequeña instancia, que es el enojo. Tratar de perdonar mientras mi corazón todavía está herido, con el cuchillo en la panza, en algunos casos, no siempre –porque a Jesús lo estaban crucificando y estaba perdonando. Pero seguramente El había hecho antes ese proceso: manifestó varias veces su cansancio, agotamiento y enojo con sus contemporáneo, pero ya “su casa estaba en orden”-. También hubo muchos mártires que murieron perdonando a sus agresores, pero porque su corazón estaba a punto, es decir, no era un corazón impotente, no era un corazón que experimentaba el poder de otro sobre sí de manera categórica y determinante. Estaría preso por fuera, pero totalmente libre por dentro (Jesús y todos estos mártires de que estoy hablando).

Es evidente que tenemos que pasar muchas veces por esa instancia del im perdón y no podemos apresurar ese proceso. No podemos exigirle a nuestro corazón que comience perdonando a quien todavía no hemos echado de nuestra casa interior. No podemos exigirnos perdonar al que todavía nos está clavando en nuestro corazón una estaca dolorosa. Esto no es gracia: es masoquismo, es incapacidad para defenderme a mi mismo, y seguir hurgando en nuestra herida. Tan solo cuando he expulsado de mí a quien me ha herido, puedo verle de manera más objetiva y entonces comenzar a hacer un proceso de perdón. El perdón es entonces la liberación definitiva del poder del otro sobre mí. El que no es capaz de perdonar, de alguna manera está siendo todavía determinado por la persona que le ha ofendido, anda con su herida abierta. Solo cuando perdono me libero definitivamente del otro. Algunos no se curan porque todavía no han perdonado a la persona. Algunos no quieren perdonarla: se quedan estancados en esta etapa de im perdón, dando lugar al resentimiento y al rencor de por vida. No te lo recomiendo. Eso no es pasar de la impotencia a la potencia. Eso no es liberarse de la impotencia. Pero tampoco es intentar exigirse perdonar cuando todavía experimento fuertemente la fuerza del otro sobre mí sin que yo pueda hacer nada.

Lo contrario de la impotencia es el poder, y con relación al poder tenemos a veces una relación medio complicada, porque asociamos directamente el poder a la influencia sobre otros. Esto vendría en una segunda línea: el encargo para dirigir y conducir: decimos que tiene mucho poder de quien tiene mucha capacidad para dirigir, tiene mucha autoridad, mucho peso, tiene un cargo por el cual manda sobre muchas personas.

Pero en primera instancia, el poder es un dinamismo que significa potencia, capacidad para hacer algo, para dominar algo (por ejemplo decimos “domina” el idioma, o “tiene dominio sobre este tema”). La capacidad para realizar algo libremente y en virtud del propio poder: por ejemplo: “qué dominio tiene esta persona sobre sí misma”.

Podemos empezar a limpiar un poquito el miedo que le tenemos al poder. En primer lugar, al poder sobre nosotros mismos. La capacidad para ponerle plazos a algunos caprichos, algunos gustos, la capacidad para postergar placeres. Un escritor, Spot, sugiere que en la vida hagamos siempre primero lo que debemos –no por un principio moral o por alguna pauta rígida de satisfacer algún mandato cultural o ético-, sino como una estrategia. Ejemplo: un chico debe hacer las tareas, pero quiere ver tele. Si elige primero ver tele, ¿con qué motivación va a hacer luego las tareas, que probablemente le disgustan, si acaba de hacer algo que le gusta? Es mucho más inteligente hacer primero la tarea que me disgusta porque voy a tener el estímulo de que cuando termine de hacerla tendré como recompensa una tarea placentera. Eso es tener poder sobre uno mismo: saber ordenarse, saber conocerse los pequeños truquitos que la naturaleza tiene para vivir bien, para disciplinarse, para disfrutar de la vida, para alegrarse en lo posible y hasta donde de  nosotros dependa. Todos tenemos una cuota de poder. Pero no pensemos en la cuota de poder que tenemos “sobre los demás”. La cuota de poder es la cuota de voluntad, la fuerza. Todos tenemos fuerza para algo. Administrarla con inteligencia, con astucia, conociéndose a sí mismo. Una persona que se conoce, conoce sus propias trampas y juega con ellas. Hay gente que encuentra la vuelta para ejercer dominio sobre sí misma aún en puntos muy vulnerables. La agenda, los carteles, son una estrategia para los olvidadizos, Hay quienes hartos de darse contra la pared frente a algún vicio o defecto o problema, encontraron a través de la creatividad forma de ejercer dominio y poder sobre ellos mismos. Es de alguna manera una forma de domesticarse. Hay quienes lo hacen a latigazo y estribazo limpio, y hay otros que lo hacen lentamente acariciando, hablando.

Lucas dice que Jesús estaba dotado de una fuerza especial: la fuerza del Altísimo que vino sobre él. La fuerza de Dios es el poder de Dios, y en ellos Jesús realiza milagros. Los actos de fuerza, de poder, son los milagros. Y los discípulos participan de esa fuerza, de ese poder. Con el poder de El ellos también obran milagros. El cristiano ha sido hecho partícipe de la naturaleza de Cristo, partícipe de su poder, y está llamado a plasmar en su propia vida y en la vida de su entorno ese poder de Dios nos ha dado. Animémonos a ejercerlo con libertad y confianza.

La palabra a veces es un brazo fuerte que sostiene.

Cuando hablábamos de la impotencia días atrás analizábamos distintas causas, distintos sentimientos de impotencia originados en distintos ámbitos, entre otros, el ámbito social. Estas son circunstancias externas que muchas veces suman pesos tremendos a los que ya llevamos de instancia personal o interior y otras veces provienen directamente de ahí. Se hace una estrechez tan grande, los problemas parecen difíciles de resolver, se hacen nudos que  no sabemos cómo desatar, nos sentimos en un callejón sin salida, y dábamos cuenta de algunas situaciones que nos ponen en una situación de mucha impotencia, que sentimos que están muy lejos de nuestro alcance, por ejemplo, las noticias sobre cambio climático la forma que va expandiéndose la droga por todos lados.

Tenemos que ser inteligentes y darnos cuenta de que la impotencia social está dibujada. No se si alguna vez alguien la planificó, pero así parece. La impotencia social tiene una lógica, una inteligencia, que es el aislamiento, el individualismo. De una forma tenemos todos los placeres que la vida nos puede dar dentro de la casa, todos  entonces estamos recluidos en la vida íntima y doméstica, con el confort, descanso, recreación: todo adentro. Esto es en general, pero aún hay lugares donde resulta más placentero el compartir algo saliendo a la vereda que estar adentro viendo tele. Porque la impotencia social surge del aislamiento. Cuando la gente ya no se une para luchar en pos de un objetivo común. Un ciudadano aislado es un ciudadano impotente. Por ejemplo: para defender la tranquilidad del barrio, cada uno invierte dinero en candados, rejas, alarmas, perros… Lo paradójico es que larga los hijos a la calle. A la 1 de la mañana, se cierra la casa, se largan los perros, se enciende la alarma…y los chicos salen, en ese infierno de inseguridad.

En común se puede conseguir algo más. Al menos lo que están diciendo las estadísticas es que donde más funciona la seguridad es donde se hacen reuniones y se acuerdan cosas entre los vecinos. Y muchas veces por el tema de la seguridad los vecinos se juntan a hablar después de muchos años. Las iniciativas cívicas son decisiones que a veces están a nuestro alcance y que pueden revertir esta experiencia de la impotencia, independientemente de si tengan o no eficacia. A veces decimos “hicimos tal y cual cosa y no sirvió para nada”. Quizá no resulte para evitar robos, por ejemplo, pero sí resulta en cuanto a la experiencia de la impotencia, porque la impotencia es soledad. Muchas iniciativas no luchan en contra, sino a favor de algo. Entonces no es solo luchar en contra de, sino a favor de. ¿Por qué no unirse con otros, por ejemplo, para que haya en el barrio un centro de atención sanitaria, para que haya más plazas, más lugares de recreo para los chicos? ¿Por qué no reunirse con otros para organizar fiestas? ¿Por qué las reuniones siempre tienen que ser para resolver problemas? ¡Cuántas cosas lindas se pueden hacer creando comunidad!

Hay una propuesta que me pareció interesante: En conmemoración del “Día internacional de la mujer” el 8 de marzo una agrupación de mujeres llamada Juana Azurduy, conmemoró ese día yendo a varias canchas de fútbol a repartir volantes en contra de la violencia doméstica. La consigna de los volantes que repartían era “sacale la “roja” a la violencia”. Folletos de recomendaciones sobre qué hacer o dónde acudir en caso de ser víctimas y además ingresaron al campo de juego junto con los jugadores para decir “basta al maltrato”. Fueron a un ámbito más bien varonil, con la creatividad de entrar junto a los jugadores, que tal vez están en un ámbito donde muchos de ellos son maltratadotes. Y juntos le dijeron basta al maltrato. Eso nos deja un sabor muy superador de la impotencia.

Al escuchar esta canción se me abrió un senderito más contra la impotencia, y tiene que ver con senderitos sutiles: los ritos personales. 

Cuenta Isabel Allende que si ella no hubiera escrito el libro “Paula” antes de la muerte de su hija se habría vuelto loca. El dolor fue muy grande, la agonía tremenda, la lucha contra la muerte de su hija fue a brazo partido, que la impotencia hundía raíces en la razón de su existencia. Realmente se pierde el rumbo y el sentido de la vida. Pero ella encontró en su arte, la escritura, que es su vocación y su misión, en ese rito de escribir, la forma de burlarse de la impotencia que paraliza.

Uno de los defectos más perjudiciales de la impotencia es la parálisis. Frente a situaciones imprevistas o previstas pero que nos arrebatan hasta el sentido mismo de la vida, nos quedamos paralizados. Esas situaciones pueden ser externas o internas. Y aquí es donde debe intervenir la creatividad en nuestro auxilio, o estos rituales personales, aparte de los otros que vamos a dejar como postre que son los caminos religiosos, trascendentes, los caminos de Dios.

Pero muchas personas logran trabajar, amasar el camino de la impotencia a través de algún rito personal. Froid ya decía que los ritos tienen la misión de desterrar la  angustia. Los ritos son gestos solemnes, que nos ayudan a superar esa angustia que a veces nos paraliza, y son parte de una sana cultura de la vida. Son muy interesantes y sabios los ritos tanto urbanos como rurales de los pueblos en general. Por ejemplo, distintas formas de decir “basta”. No se trata de exigirle al rito la eficacia de controlar o resolver el problema o la situación. Se trata de saber que puedo vencer la impotencia. En algunas maneras de decir “basta” (que está en la página de inteligencia colectiva de Maringa) hay una recopilación de distintos postres, carteles, pintadas que la gente ha hecho en la ciudad en general para decir basta, y la ha pintado la palabra en las paredes de distintas formas –divertidas, tenebrosas, como si fuera sangre, con rojo, bastas con manos que se topan…-. Yo les propongo a los chicos: por ejemplo, si en casa hay muchas peleas, agarren una brocha y escriban un cartel con un “Ya basta de peleas”, a ver qué impacto puede causar esto en sus papás. A veces esto puede aunque sea aliviarlos de esta bronca de la impotencia.

La cultura de la vida nos trae muchos rituales: componer una canción, o como decía Cesar Isella “cuando estoy triste, elijo mi cajita de música. No lo hago para nadie, solo porque me gusta”, pintar un cuadro, escribir, ver pasar el agua del río, observar animales y volar con ellos con su imaginación. En fin, cuando me encuentro impotente frente a un problema asumo la responsabilidad de mi vida.

Hay quienes escriben en un papel sus propias impotencias y las queman como signo de no querer que estos problemas ejerzan un dominio total sobre ellos. Este sentimiento de estar “determinado por otros” es feo y es malo. Organicemos un buen fin de semana, en este que viene, sobre todo que tenga que ver con algún ritual bonito y lindo que nos haga ser quienes somos.

REFLEXIÓN DE CUARESMA – PADRE ANGEL ROSSI: EL AYUNO

GL: El ayuno también es un camino hacia vencer la impotencia. De eso nos hablará hoy el Padre Angel Rossi.

AR: Hablo del ayuno, porque ese fue el tema de la carta del Papa de este año con motivo de la Cuaresma. Encontré en una carta de un Obispo de Palencia algo que me resultó interesante para compartirles: “Con frecuencia suponemos que los enemigos de nuestra felicidad están fuera nuestro. La realidad es muy distinta. De hecho, uno de los mayores dramas que padecemos es nuestra fractura interior, fruto de la falta de integración entre las tendencias espirituales y las tendencias carnales”

Es un poco lo que decía San Pablo: “hago lo que no quiero y no hago lo que quiero” y una  de las causas de infelicidad es nuestra propia incoherencia respecto a nuestros principios que nos lleva a hacernos impotentes para conducirnos en la vida hasta tal punto de sentirnos a veces “arrastrados”: a veces no “decidimos” la vida sino que somos “arrastrados”: por las actividades, por nuestras apetencias,  Es decir la sensación de que no “señoreamos” el día y la vida, sino que la vida y las circunstancias nos llevan.

El Catecismo de la Iglesia Católica también lo expresa. En el 2339 dice: “La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado”.

El Papa en su mensaje de cuaresma nos propone el ayuno como un instrumento eficaz -no el único- para alcanzar esta integridad personal. La práctica fiel del ayuno contribuye además a dar unidad a la persona –cuerpo y alma- ayudando a evitar el pecado y a crecer en la intimidad con el Señor.

Lo interesante es que, en el fondo, el ayuno apunta a la libertad porque de alguna manera nos hace luchar contra distintas formas de esclavitud: nos ayuda en esto que vamos buscando: ser libres para abrazar la voluntad de Dios. El ideal cristiano no es el mero autodominio –como en algunas filosofías orientales-. El ayuno cristiano persigue la libertad interior necesaria para poder descubrir y abrazar la voluntad de Dios, verdadera fuente de la felicidad para cada uno de nosotros.

“El verdadero ayuno tiene por finalidad comer el alimento verdadero que es hacer la voluntad del Padre” Benedicto XVI

El Obispo de Palencia, José Ignacio Munilla Aguirre, habla de “distintos ayunos”. Dice “Es obvio que el ayuno no se circunscribe solo a los alimentos. Es muy conveniente que las modalidades elegidas a la hora de practicar el ayuno incidan en nuestras esclavitudes personales. No obstante, me atrevo a proponer un ayuno muy saludable para todos en esta cuaresma además del tradicional ayuno de alimentos, que en absoluto ha perdido su actualidad: me refiero al ayuno de la televisión y de Internet (nosotros no le agregamos ayunar de la radio, porque si no nadie nos escucharía). El consumo de TV e Internet ha alcanzado niveles de auténtica esclavitud entre nosotros (España). Un ciudadano promedio gasta 3 hs diarias frente al televisor sin contar Internet, que está en continuo crecimiento. Los consumos pasivos de estos medios de comunicación, así como la falta de sentido crítico frente a ellos, son a veces un obstáculo muy serio para nuestra madurez y conversión, en definitiva, para nuestra felicidad. Con frecuencia solemos expresar nuestro malestar con respecto a los contenidos que se nos ofrecen en las pantallas, pero paradójicamente lo hacemos sin apagar el televisor y sin desconectarnos de Internet. Esta misma contradicción es suficientemente indicativa de nuestra falta de libertad interior., Dentro del año paulino, resuenan en nosotros las ardientes palabras del Apóstol: “para ser libres nos libertó Cristo. Manténganse, pues, firmes, y no se dejen oprimir bajo el yugo de la esclavitud”. Todo ello nos hará concluir en: “Hay que ser libre para ayunar y hay que ayunar para ser libre.”

Creo que es una visión realista, exigente y a la vez positiva. No es el ayuno para la privación, sino el ayuno para la libertad, aquella libertad que nos lleva a ser “señores” de nuestra vida y nos impide ser arrastrados. A través del ayuno material vamos aprendiendo los ayunos de aquellas cosas que nos esclavizan, que son diferentes para cada uno aunque haya algunas que son comunes. Cada uno tiene que hacer en estos días de cuaresma su propio discernimiento sobre cuales son las esclavitudes personales interiores cotidianas.

También Grünn dice que “cuaresma es tiempo de ayuno, porque ayunar –hablando desde la experiencia de los monjes- purifica y desintoxica el cuerpo. También propone “empezar por la casa”: ¿de qué puedo deshacerme? ¿Qué cosas superfluas puedo desechar? Una forma de ayunar, un ejercicio de cuaresma, puede ser el “recorrer alacenas, roperos” y deshacernos de cosas que les pueden servir a otros más que a nosotros, luego seguir por “mis actividades y costumbres”: ¿Cómo desintoxicar mi orden del día?  ¿Cómo desactivar la prisa, que es la que muchas veces nos provoca esta sensación de arrastre?

También nos recuerda que el ayuno va junto a la oración. El ayuno respalda la oración

Voy a concluir hoy refiriéndome a esto último que mencionó el Padre Ángel Rossi, el poder de la oración, que me parece la herramienta más elevada como remedio al sentimiento de impotencia

Hay un texto muy bonito: Mc 16,17: el Señor les dice “expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes con sus manos y aunque beban veneno no les harán daño. Impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán”  No es para que tomemos literalmente el texto. Las imágenes del texto nos remiten a lo que verdaderamente quiere decir: se trata de participar en la plena autoridad misma de Cristo. Esa autoridad nos viene de El: El nos hace partícipes de su poder y de su señorío. Humildemente se lo tenemos que pedir.

Hablando de lo que tenemos que pedir, tenemos también el texto de Lc 18,1-8: relata el caso de una viuda que apela al juez para hacer valer sus derechos. El juez es un impío y no se preocupa. La viuda insiste. ( Esta insistencia es la oración). El juez impío puede decir “me importa un comino tu dignidad”. Pero cuidado: a veces ese primer juez impío lo tenemos nosotros dentro nuestro: somos nosotros los que no escuchamos el ruego de nuestro propio corazón de que le haga valer sus derechos, de ponerle límite a lo que atropella nuestra dignidad, nuestros derechos, nuestra calidad de hijos de Dios, nuestra felicidad, nuestra salud, la salud de los que amamos. Tenemos que hacer valer nuestros derechos. La enseñanza de este texto es que la oración es un camino privilegiado, no para zafar de los problemas, sino para descubrir en ella un lugar protegido de los ruidos, de los devastadores internos o externos, un lugar donde me siento libre, donde la herida queda fuera, donde mi corazón resiste porque el Santísimo se encuentra allí. Hay en nosotros un ámbito en el que no pueden penetrar los sentimientos de celos, de cólera, de angustia. Y ese es el ámbito donde ingresamos a través de la oración. Un ámbito en el que Dios nos ama y nadie puede ofendernos. Es desde ese lugar de libertad, de silencio, de paz, de quietud, desde donde el Señor dice “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Si oramos, accedemos a ese lugar. Al menos, aprendemos el camino para acceder a ese lugar en la vida cotidiana. Volvemos a ser sensibles, volvemos a tener libertad, y por lo tanto, con un corazón despejado, con una mente esclarecida, con un corazón de pie como el del hijo pródigo, se pueden tomar decisiones, que sí pueden hacernos zafar de la impotencia o de los problemas que la impotencia nos acarrea. Cuando nos sentimos totalmente embebidos por la ofensa, totalmente heridos, cuando sentimos que no son posibles la paz y la curación, oremos, hermanos, porque orar es bueno y nos hace bien. Oremos con la insistencia de la viuda, hasta encontrar ese lugar en el que –por una u otra razón- nuestra propia indignidad cede y volvemos a sentirnos con el derecho a ser felices.

Participan los oyentes

Dentro de la filosofía oriental son muy utilizados los “mantras” para “frenar la mente”.  Por ejemplo para mi es muy positivo tomar una frase de la oración de Santa Teresa de Ávila “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, la paciencia todo lo alcanza…”  La repetición permanente es como que nos da fuerza interior para todo aquello para lo cual nos sentimos impotentes como seres humanos.   Con esta repetición la mente se aleja de toda esa cosa oscura que perturba y voy limpiando y ablandándome para recibir las bendiciones y todo lo que recibimos del universo y de Dios todopoderoso. La mente se va despejando

GL: Es la fuerza de la repetición. La repetición tiene una dinámica muy poderosa. La naturaleza misma nos la enseña: repite la ola, repite el día, repiten las estaciones…   Hay un libro muy bonito “Relatos de un peregrino ruso”, que hace todo un proceso de conversión y de sanidad espiritual a través de la repetición de una letanía: ”Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi” Esa repetición está también en la base del Rezo del Rosario  

Están hablando de impotencia. Yo le tengo miedo a la muerte.

GL: tanto en ese tema, como para las pequeñas muertes de la vida, no tenemos escuela. En generaciones anteriores la muerte estaba más cerca de nuestras experiencias, de nuestros ritos, era una hermana más frecuente. Hoy está confinada muchas veces a un show televisivo morboso. Es lógico que entonces le tengamos miedo porque en realidad no nos vamos preparando para ella en la escuela de la vida

Soy testigo de violencia de mi hija y mi yerno hacia mis nietos. Observo que les gritan mucho y me siento impotente ante esa situación, pero quiero ayudar y estoy decidido a hablar con mi hija. Quiero creer, en beneficio de mi relación con ella, que tal vez sean actitudes que tienden a ser “correctivas” pero no quiero dejar de hablarlo.

GL: No tenemos que “abrir juicio” sobre las intenciones. No entremos por esa puerta,. No es la adecuada. Hay que corregir conductas, no juzgar intenciones. Tal vez se sienten agobiados, cansados, nerviosos. Creo que lo mejor es acercarse a ofrecer ayuda más que a decir lo que uno desde afuera ve en sus actitudes. Demostrar con hechos, ocupándonos,  nuestra preocupación por que mejore, para evitar posibles daños futuros, el trato de los papás con los chicos.