Bendito eres, si comprendes que mis manos tiemblan y que mis pies se han vuelto lentos.
Bendito eres, si te acuerdas que mis oídos ya no oyen tan bien y que ya no entiendo todo.
Bendito eres, si sabes que mis ojos ya no te ven bien, si no te enojas porque dejé caer la taza más bonita o porque, si por décima vez te repito el mismo cuento.
Bendito eres, si me sonríes y me preguntas por los días de mi juventud.
Bendito eres, si me tratas con ternura, entiendes mis lágrimas silenciosas y me haces sentir que soy amado.
Bendito eres si te quedas un poco más de tiempo conmigo, y si me agarras la mano un ratito cuando debo entrar solo en la noche, en la noche de mi muerte.
Bendito eres, y yo, cuando esté en el cielo alumbraré las estrellas para ti.
Anónimo