La Navidad: tiempo de búsqueda

jueves, 22 de diciembre de 2016
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22/12/2016 – En Navidad el cosmos se pone en movimiento y todos los protagonistas recorren caminos novedosos y desconocidos. En esta Navidad el Señor también te invita a vos a descubrir la novedad que te trae.

 

“Los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado». Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre”.

Lucas 2,15-16

 

La Navidad trae consigo siempre algún rayo de luz. Y este rayo penetraba incluso en las experiencias más duras. Este rayo de la noche de Navidad, rayo del nacimiento de Dios, no es sólo el recuerdo de las luces del árbol junto al pesebre en casa, en la familia o en la iglesia parroquial, sino algo más. Es la chispa de luz más profunda de la humanidad a quien Dios ha visitado, esta humanidad acogida de nuevo y asumida por Dios mismo; asumida en el Hijo de María en la unidad de la Persona divina: el Hijo Verbo. La naturaleza humana asumida místicamente por el Hijo de Dios en cada uno de nosotros, que hemos sido adoptados en la nueva unión con el Padre. La irradiación de este misterio se expande lejos, muy lejos; alcanza también aquellas partes o esferas de la existencia de los hombres en las que todo pensamiento acerca de Dios ha sido como ofuscado, y parece estar ausente como si se hubiera quemado y apagado del todo. Y he aquí que con la noche de Navidad apunta un resplandor: ¿Acaso… a pesar de todo? Bienaventurado este “acaso… a pesar de todo”: es un indicio de fe y esperanza.

Mientras vamos caminando hay un escenario que invita a la novedad. Para entrar a esos caminos de novedad necesitamos buscar.

En la fiesta de Navidad leemos que los pastores de Belén fueron convocados los primeros al pesebre a ver al recién nacido: “Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre” (Lc 2, 16).

Detengámonos en ese “encontraron”. Esta palabra indica búsqueda. En efecto, los pastores de Belén, cuando se pusieron a descansar con su rebaño, no sabían que había llegado el tiempo en que iba a acontecer lo que habían anunciado desde hacía siglos los Profetas del pueblo al que ellos mismos pertenecían; y que iba a tener cumplimiento precisamente aquella noche; y que se realizaría en las proximidades del lugar donde se hallaban. Incluso después de despertarse del sueño en que estaban sumidos, no sabían ni qué había ocurrido ni dónde había ocurrido. Su llegada a la gruta de la Natividad era el resultado de una búsqueda. Somos invitados a buscar para ponernos en camino hacia los lugares de novedad que Dios nos quiere regalar en esta Navidad. Pero al mismo tiempo habían sido llevados y conducidos —según leemos— por la voz y la luz. Y si nos remontamos más en el pasado, los vemos guiados por la tradición de su pueblo, por su espera. Sabemos que Israel habla recibido la promesa del Mesías.

Y he aquí que el Evangelio habla de los sencillos, los modestos, los pobres de Israel: y menciona a los pastores que fueron los primeros en encontrarle. Además, habla con toda sencillez, como si se tratara de un acontecimiento “exterior”; han buscado dónde podría estar y finalmente lo han encontrado. A la vez, este “encontraron” de Lucas, indica una dimensión interior, lo que se verificó en los hombres la noche de Navidad, en aquellos sencillos pastores de Belén: “Encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre”, y después “…se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho” (Lc 2, 16. 20). Estos sencillos y pobres son de los que después va  a hablar Jesús “yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños”.

“Encontraron” indica “búsqueda”. El hombre es un ser que busca y sólo los que reconocen que no saben y que necesitan preguntar son los que finalmente encuentran. Toda su historia lo confirma. También la vida de cada uno de nosotros lo atestigua. Frente al misterio los pequeños quedamos desconcertados, y hay un momento en donde más que preguntar necesitamos dejarnos guiar y conducir. Así lo hicieron los Magos con la estrella y los pastores con el anuncio del ángel. Preguntar y dejarse conducir por la luz que se esconde en lo secreto en el tiempo de navidad. 

 Muchos son los campos en que el hombre busca e investiga y luego encuentra, y a veces, después de haber encontrado, comienza de nuevo a buscar. Entre todos estos campos en que el hombre se revela como un ser que busca, hay uno, el más profundo. Es el que entra más íntimamente en la humanidad misma del ser humano. Y es el más vinculado al sentido de toda la vida humana. El hombre es el ser que busca a Dios.

Varios son los senderos de esta búsqueda. Múltiples son las historias del alma humana precisamente en esos caminos. A veces las vías parecen muy sencillas y próximas. Otras veces son difíciles, complicadas, alejadas. Unas veces el hombre llega fácilmente al “he encontrado eso que buscaba”. Otras veces lucha con dificultades como si no pudiera penetrar en sí mismo ni en el mundo y, sobre todo, como si no pudiese comprender el mal que hay en el mundo. Es sabido que incluso en el contexto de la Navidad este mal ha hecho ver su rostro amenazador. En un caso y en otro siempre aparece una señal que nos dice por donde. Necesitamos estar en vela y expectantes porque siempre hay un camino novedoso por donde Dios nos quiere conducir. Nos queremos animar a dar pasos a pesar de todo en la búsqueda del Niño que nace en nuestros pesebres. 

No son pocos los hombres que han descrito su búsqueda de Dios por los caminos de la propia vida. Son aún más numerosos los que callan considerando como su misterio más profundo y más íntimo todo lo que han vivido en esos caminos: lo que han experimentado, cómo han buscado, cómo han perdido la orientación y cómo la han encontrado de nuevo.

El hombre es el ser que busca a Dios. Y hasta después de haberlo encontrado, sigue buscándolo. Y si lo busca sinceramente, lo ha encontrado ya; como dice Jesús al hombre en un célebre paso de Pascal: “Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado” (B. Pascal, Pensées, 553: Le mystère de Jésus). Esta es la verdad sobre el hombre. No se la puede falsificar. Tampoco se la puede destruir. Se la debe dejar al hombre, porque lo define.

¿Cómo ha nacido Cristo? ¿Cómo ha venido al mundo? ¿Por qué ha venido al mundo? Ha venido al mundo para que lo puedan encontrar los hombres; los que lo buscan. Al igual que lo encontraron los pastores en la gruta de Belén. Jesús ha venido al mundo para revelar toda la dignidad y nobleza de la búsqueda de Dios, que es la necesidad más profunda del alma humana, y para salir al encuentro de esta búsqueda.

 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a la catequesis del Papa Juan Pablo II en la audiencia del miércoles 27 de diciembre de 1978